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En modo Mundial

Sí, soy ‘fan’ del fútbol, y creo que los mundiales sirven para ver a las estrellas de ese firmamento que se ha convertido casi en una religión. Hay más países afiliados a la Fifa que miembros de la ONU.

18 de julio de 2018 Por: Jorge Restrepo Potes

Definitivamente, no tengo lapso de mayor felicidad que el mes en el que transcurre la Copa Mundial de Fútbol pues olvido toda preocupación y solo me concentro en lo que pasa en los estadios, esta vez los lindísimos de Rusia, hoy tan diferente a las épocas del siglo pasado cuando los soviéticos mostraban esos rostros con las cejas fruncidas y las mujeres –todas- parecían campesinas con sus trajes de gruesa lana, tan distintos a los vestidos de marca que lucen las preciosas chicas que se ven felices en calles y escenarios deportivos.

Sí, soy ‘fan’ del fútbol, y creo que los mundiales sirven para ver a las estrellas de ese firmamento que se ha convertido casi en una religión. Hay más países afiliados a la Fifa que miembros de la ONU. Y con la magia de la televisión esos ‘cracks’ están ahí, a pocos metros de nuestros ojos, mostrándonos el porqué de las millonarias contrataciones, cada vez más altas, a medida que esos gladiadores demuestran mejores aptitudes.
Este fue el Mundial de las sorpresas. Fueron cayendo, una a una, las grandes escuadras. Con el rabo entre las piernas salieron Alemania, Argentina, Brasil, Uruguay, México y Rusia. Por eso he quedado tranquilo con la magnífica presentación de Colombia, que a pesar de las infortunadas lesiones de James Rodríguez y Abel Aguilar, dio una gran lección de buen fútbol, al punto de que al regreso a la patria fueron recibidos los jugadores como héroes por miles de bogotanos, que representaron a todos los colombianos, y luego los aclamaron en el estadio ‘El Campín’.

Hasta la percepción de país mejora en esa justa. Creo que la Selección Nacional es la expresión máxima de la reconciliación. Cuando salta a la cancha, los que están en el estadio o frente a las pantallas de televisión, entonamos el Himno con un fervor patriótico que no se ve en otra ocasión. Con nuestras camisetas, banderas y gorras nos unimos todos, y todos nos amamos, olvidando que hasta la víspera éramos dos tribus en pugna.

A tal punto llega este misterio que a mí hasta me dolió la costilla rota de Álvaro Uribe en un accidente inimaginable en tan diestro equitador, y no me molestó que un uribista purasangre dijera que esa pieza ósea del líder es más importante que la que extrajo -sin anestesia- el Padre Eterno a Adán para que tuviera quién lo marcara a presión, como en el balompié.

Ahora a esperar cuatro años para la cita en Qatar. Que ya los 40 mil criollos que fueron a Rusia empiecen a ahorrar para cubrir los costos del nuevo periplo. A mi juicio, si no se renueva el contrato con Pékerman hay que buscar un director técnico de iguales o mejores condiciones, y hacer algunos cambios en los convocados. Hay unos diez que deben continuar y otros que ya cumplieron su ciclo. Que los elegidos se dediquen a cobrar penas máximas para que no tengamos que repetir los errores de Bacca y Uribe, que nos sacaron sollozos del alma.

Se me ocurre que la Fifa debe eliminar el tiempo extra cuando en el reglamentario se presente empate. Es un atentado contra esos muchachos, que al término de los 90 minutos quedan exhaustos y casi sin respiración. Basta ver el vídeo del partido Rusia-Croacia, que solo faltó que les pusieran en la cancha pipetas de oxígeno para recuperarlos. Que si hay igualdad en el marcador, se apele a cobros desde los doce pasos, y punto.

Ya tenemos ganador de la Copa. ¡Vive la France! Y que viva el fútbol para siempre.

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