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Tuve la oportunidad de intervenir en el conversatorio que con la presencia de Humberto De la Calle se cumplió en salón del Instituto Universitario Antonio José Camacho de esta ciudad.

16 de agosto de 2017 Por: Jorge Restrepo Potes

Tuve la oportunidad de intervenir en el conversatorio que con la presencia de Humberto De la Calle se cumplió en salón del Instituto Universitario Antonio José Camacho de esta ciudad. Allí expresé que si los colombianos tuviésemos un instante de sensatez, este ciudadano debe ser elegido el año entrante Presidente de la República, porque no veo en el escenario otra figura que pueda manejar mejor el confuso ambiente que vive la República, que requiere alta dosis de valeriana para sosegar los espíritus, y estimo que De la Calle es el hombre para aplicar esa terapia social.

Ignoro si De la Calle llegará a la Casa de Nariño en 2018, pero no puedo evitar compararlo con Carlos E. Restrepo que ocupó la Presidencia entre 1910 y 1914, cuando Colombia apenas se reponía de los estragos de la Guerra de los Mil Días y acababa de salir de la dictadura de Rafael Reyes. En efecto, Carlos E. Restrepo a quien un movimiento republicano llevó al poder sobre los escombros del gobierno de Reyes, en momentos en que el país estaba ansioso de civilidad, donde se pudieran entender los partidos, sin destrozarse mutuamente. Carlosé -dicho en paisa- era el indicado para presidir ese experimento civilizado en un país y sobre una sociedad influida por los odios sectarios que habían recibido un magno estímulo con la cruenta contienda civil de fines del Siglo XIX y el gobierno castrense de Reyes.

Carlosé era feliz síntesis humana del buen sentido tradicional de su pueblo antioqueño y, además, un ejemplo de equilibrio político y serenidad espiritual. Sintetizaba esa cosa tan difícil y combatida, tan necesaria y calumniada que se llama la transacción. El sectarismo, el apasionamiento, decía él, no requieren mayor esfuerzo ni necesitan ninguna disciplina. Lo milagroso es ser magnánimo, aprender a transar, a sostener el equilibrio entre los extremos.

Por eso se le llamó por todas las voces del sectarismo con un apelativo de significación peyorativa: Carlos ‘Estorbo’ Restrepo. Y fue, en rigor, un noble estorbo para los frenéticos, para los políticos extremistas de profesión que viven exaltando el rencor desde las sillas de congresos y convenciones.

Restrepo no estaba solamente en esas primeras experiencias de unir nacionalmente a los colombianos. Lo acompañó un puñado de escritores, de periodistas, de políticos liberales y conservadores, que habían hecho una especie de juramento tácito de ser intransigentes, de quemarse literalmente en aras del único sectarismo que reconocían: el sectarismo de la concordia entre los colombianos.

Pero el experimento duró poco y pronto volvió la lucha feral y del republicanismo de Carlosé no quedaron sino unos pocos testigos melancólicos de la gran empresa. Eran tan pocos que cabían en un sofá: el sofá republicano al que llegaban de tarde en tarde Alfonso Villegas, Luis Eduardo Nieto o Eduardo Santos.

Juzgo que es de este último de quien hereda el actual presidente su tenacidad por la política de la paz y de la concordia, con una convicción profunda que la historia patria le reconocerá algún día.

Para el convulsionado ambiente que se siente hoy en el país, se necesita un hombre de cabeza fría, un estadista completo, un creyente de la necesidad que tenemos los colombianos de vivir sin el terrible azote de la violencia. Ese hombre es Humberto De la Calle, por quien me sentiría orgulloso de votar en el entendido de que procedo pensando en una mejor Nación para mis nietos. Es el propio.

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