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El ‘chiquitaje’

Creo que en ninguna parte del mundo se dan, como en Colombia, conductas tan cercanas al ‘chiquitaje’ criticado por el Papa.

29 de noviembre de 2017 Por: Jorge Restrepo Potes

“No se metan en el chiquitaje. No tengan vuelos rastreros. Vuelen alto y sueñen en grande”. Esta profunda sentencia la lanzó el papa Francisco en una convocatoria a la que asistieron millares de jóvenes en su reciente visita a Colombia. La dijo en la Plaza de Bolívar de Bogotá.

Yo que conozco bastante el lenguaje usual de los argentinos y que, por mi afición al tango, para poder entender muchas de sus letras, he tenido que adquirir varios diccionarios de lunfardo, la jerga popular no tanto de Argentina sino concretamente de Buenos Aires, jamás había ni oído ni leído eso de ‘chiquitaje’, y menos en boca de un Sumo Pontífice.

Me dediqué a investigar el sentido del término y logré encontrar la respuesta, no tanto en los diccionarios de la fabla porteña sino en algún pasaje de una obra de Jorge Luis Borges, uno de los más insignes cultores de nuestro idioma, a quien la Academia Sueca le quedó debiendo el Nobel de Literatura porque nadie como él merecía el premio. Me consuela saber que a León Tolstói tampoco se lo dieron y sí al mediocre José Echegaray, ‘el viejo idiota’, como lo llamaba don Jacinto Benavente.

Pues bien, la voz ‘chiquitaje’ equivale a mezquino, a pequeño, a ruin, todo lo contrario de elevado, noble, bizarro. Creo que en ninguna parte del mundo se dan, como en Colombia, conductas tan cercanas al ‘chiquitaje’ criticado por el Papa. Aquí a todo le meten el ‘chiquitaje’ y van ejemplos de actitudes mezquinas y bajas, de ‘vuelos rastreros’.

Qué tal eso de criticar con tanta acerba que en el itinerario del Papa en nuestro país no se hubiera incluido a Cali, como un homenaje debido a la región Pacífica, en la que habitan tantas etnias desprotegidas. Esa censura es puro ‘chiquitaje’ porque en una visita papal de cinco días sólo cabían las cuatro ciudades que gozaron de su augusta presencia. El mismo reclamo de los airados de aquí, podían hacerlo los de Cúcuta, con tanto problema hoy por el éxodo venezolano. O Mocoa, que casi desaparece por una avalancha. O Popayán, cuna de los más egregios próceres de la patria.

Y también caen en el ‘chiquitaje’ los que afean al Partido Liberal por haber sido el único participante de la consulta liberal del 19 de noviembre, porque se gastó un dinero que según el agresivo Juan Lozano podía haberse destinado a dar 16 millones de desayunos escolares, como los que se robaron en La Guajira. Lo que pasó es que el Consejo Nacional Electoral fijó esa fecha para que todos los partidos que quisieran la utilizaran. Levantaron la mano el Centro Democrático y los partidos Conservador y Liberal. Los dos primeros desistieron y quedamos solo los liberales a los que ahora nos tratan de asaltantes del fisco.

La democracia tiene sus costos, y grandes. Con el cuento del ahorro podríamos eliminar la elección presidencial que cuesta 300 mil millones de pesos y entregar el escogimiento del jefe del Estado a las Carmelitas Descalzas o a los Caballeros del Santo Sepulcro. Y suprimir las del detestado Congreso y elegir senadores y representantes en una especie de bingo, jugado en las plazas de los 1.102 municipios.

Así que hay que hacerle caso a Francisco y salirse del ‘chiquitaje’. Yo, por lo pronto, estoy feliz con el triunfo de Humberto de la Calle quien durante toda su vida ha dado muestras de serenidad, inteligencia, y un conocimiento profundo del manejo de los asuntos públicos, que no se ve en otros aspirantes.

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