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Dos fechas inolvidables

Quienes tienen hoy más de 70 años en cualquier país, pueden...

16 de agosto de 2012 Por: Jorge Restrepo Potes

Quienes tienen hoy más de 70 años en cualquier país, pueden dar cuenta y razón de lo que estaban haciendo cuando la noticia del asesinato de John F. Kennedy se regó por todo el mundo. Yo estaba de juez de Circuito en Buga y después de almuerzo solía tomar tinto en el Café Canaima. Ahí se acercó Jesús María Díaz, Fiscal Superior, y me comunicó la trágica nueva. De inmediato se formó corrillo alrededor del radio del establecimiento y así supimos que el Presidente había recibido dos tiros de fusil en la cabeza y que estaba agonizando en el Hospital Parkland de Dallas. Minutos después el locutor anunciaba el fallecimiento del trigésimo quinto Presidente de Estados Unidos, uno de los más carismáticos y queridos –adorado, puedo decir sin hipérbole– pues su hermosa figura, la belleza de su esposa y sus dos hijos, John John y Caroline, vivían, no en la Casa Blanca sino en el corazón de la humanidad entera, que veía en el Mandatario una especie de redentor de los que sufrían necesidades y persecuciones.Por eso, aquel viernes 22 de noviembre de 1963 quedó grabado en mi recuerdo y en el de millones de personas, como un día aciago en que terminó violentamente la esperanza de buena parte del género humano, a manos de un desadaptado que accionó el fusil que destrozó el cerebro del líder mundial.Otra fecha que tampoco he podido borrar es la del 5 de agosto de 1962, cuando Marilyn Monroe resolvió ingerir sobredosis de barbitúricos que su médico le prescribía para el insomnio. Estaba ese día, que fue domingo como este año en que se conmemoran los 50 años de su muerte, en una finca en Felidia con Cecilia Balcázar, Ana Fernanda Olano y Jaime Orejuela, cuando llegó un amigo común a decirnos que en esa madrugada su ama de llaves, Eunice Murray, al no obtener respuesta de la artista, llamó a su psiquiatra Ralph Greenson, quien entró a la habitación rompiendo una ventana y la hallaron muerta. Yo que he leído casi todo lo que se ha escrito sobre Marilyn Monroe, he llegado a la convicción de que a pesar de su fama como la mujer más admirada de su tiempo, vivió desde niña una existencia solitaria pues jamás conoció a su padre, y su madre era una neurótica que se la pasaba de clínica en clínica, mientras la niña quedaba al cuidado de hogares de acogida.En medio de su tremendo problema psicológico se propuso triunfar en el cine y logró que un amigo la presentara a los magnates de la 20th Century Fox, que al principio le dieron insignificantes papeles, hasta que la productora resolvió jugársela poniéndola de estrella en Torrente pasional, y ese fue su lanzamiento a la gloria. Vinieron enseguida películas que colmaban los cines del mundo: La comezón del 7º año, Una Eva y dos Adanes, Río sin retorno, Los caballeros las prefieren rubias, El príncipe y la corista, en la que compartió créditos con Laurence Olivier. Finalmente, y ya muy agredida su belleza por las drogas sedantes, apareció en Vidas rebeldes, dirigida por John Houston.A estas alturas de mi vida, sigo tan fanático de Marilyn como cuando estaba en la universidad en Bogotá y esperaba ansioso la última película que filmaba. Tengo la colección completa, y con frecuencia las veo. Allí está la diosa eterna, con su cabello platinado, sus ojos azules y sus sensuales labios rojos, como diciéndole al mundo: Morí pero sigo viva en el imaginario colectivo. Esa es su victoria.

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