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‘Carta suicida’

Tuluá fue hasta 1949 una ciudad en la que disfrutábamos de paz...

2 de octubre de 2014 Por: Jorge Restrepo Potes

Tuluá fue hasta 1949 una ciudad en la que disfrutábamos de paz total. Casi todos nos conocíamos y los muchachos gozábamos en las funciones de cine de los teatros Boyacá y Sarmiento. Todos íbamos a la escuela pública, en donde conocí a los que serían mis mejores amigos. Yo iba y venía de La Margarita, la finca familiar, y jamás pensé que alguien tratara de arrebatarme el caballo o la bicicleta, que eran mis medios de transporte.Ese remanso, que dejé transitoriamente para estudiar en Bogotá, empezó a desaparecer meses después del asesinato de Gaitán, que fracturó a la sociedad colombiana, porque los excesos de los liberales aquel día causaron la reacción de los conservadores, que iniciaron la conformación de civiles armados que, con el patrocinio oficial, empezaron por intimidar a los contrarios, con decomiso de cédulas que les impidieran votar en la siguiente elección presidencial en la que, de acuerdo con la consigna recibida, debía triunfar Laureano Gómez, y entraban en pandilla a los cafés a cortar las corbatas rojas que vieran en los parroquianos.A esos sujetos les entregaron los revólveres ‘Sánchez Amaya’ (ministro de Guerra), y es cosa sabida que un colombiano apertrechado y protegido por el Estado enloquece, y así sucedió. Se designó jefe a un vendedor de quesos de la galería, León María Lozano, que luego se conocería con el alias de El Cóndor para comandar la bandada de ‘pájaros’, que fueron algo así como los paramilitares de hoy.Lozano y sus subordinados sembraron el terror en Tuluá y poblaciones vecinas. Sin freno, ni judicial ni administrativo, dieron comienzo a los desmanes, convirtiendo a Tuluá en una especie de Lídice tropical. Gustavo Álvarez Gardeazábal, ilustre paisano, escribió una novela magnífica, que se publicó en varios idiomas y sirvió para el guión de la película con el mismo título de la obra: ‘Cóndores no entierran todos los días’. Pero es eso, una novela con mucha ficción, que muestra la fecunda capacidad creadora del autor. No es, por tanto, rigurosamente histórica.Ómar Franco Duque publica ahora un libro -‘Carta suicida’- que me retrotrae a aquella etapa siniestra de mi amado terruño, cuando Tuluá se vuelve epicentro de la atroz violencia que azotó a Colombia. Con valor admirable narra con detalles cómo se fraguó la hazaña y, sobretodo, señala a los personajes lugareños que patrocinaron las acciones criminales de Lozano y compañía. Increíble porque todos tenían reconocimiento social.Tiene un capítulo dedicado a la memoria de los hombres más valerosos que yo haya conocido: Aristides Arrieta, Andrés Santacoloma, Ignacio Cruz, Alfonso Santacoloma, Diego Cruz, Daniel Sarmiento, Álvaro Cruz, Fabriciano Pulgarín y Jaime Valencia, que tuvieron la osadía de denunciar en carta de 15 de julio de 1955 al director de El Tiempo, las tropelías de Lozano y de tres de sus lugartenientes.Cuando leí el mensaje juzgué que esos amigos eran suicidas. En efecto, al día siguiente fue asesinado Aristides Arrieta; en noviembre de 1956 fue acuchillado en su casa Andrés Santacoloma; su hijo Alfonso, acribillado en febrero de 1957; y el 10 de mayo, cuando cayó Rojas Pinilla, Ignacio Cruz recibió 3 tiros en el rostro, pero se salvó y es el único sobreviviente de ese grupo de corajudos.Felicito a Ómar Franco por ese aporte a la historia tulueña, que no debe olvidarse para que no se repita.

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