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Y de pronto el mundo se detuvo...

¿Quién iba a pensar que 2019, un año duro y complicado, sería el paraíso? El futuro, a secas, no pinta bien. Por eso hasta Mafalda hubiera querido brincar del mundo.

29 de marzo de 2020 Por: Jorge Ramos

“¡Paren el mundo que me quiero bajar!”, dice una frase que falsamente se le ha atribuido a Mafalda, la famosa niña de la tira cómica creada por Quino. Cuando la leí por primera vez, hace años, me daba risa por lo absurdo. Pero en este 2020 el mundo, de pronto, se paró. Y lo que no podemos hacer es bajarnos. Este es el único planeta que tenemos, no hay plan B y nuestro destino, como el de todas las especies, es buscar maneras de sobrevivir.

Y lo vamos a hacer. Para el próximo año, espero, habrá una vacuna y un tratamiento para el Covid-19, la enfermedad causada por el coronavirus descubierto recientemente. Mientras tanto, como lo dijo el presidente francés, Emmanuel Macron, “estamos en guerra”. La canciller alemana, Angela Merkel, aseguró que “desde la Segunda Guerra Mundial no ha existido un reto a nuestra nación que exija tales niveles de acción común y conjunta”. Esta es la mayor crisis de nuestra generación. Nunca hemos vivido algo así.

Las cosas van a empeorar antes de mejorar. El número de casos y fallecimientos por el Covid-19 a nivel mundial sigue aumentando. Lo más grave es que, por falta de pruebas en algunos países, los casos reales son muchos más que los reportados por gobiernos. La crisis los ha sobrepasado.

La proyección más pesimista de los Centros para el Control de las Enfermedades (CDC, por su sigla en inglés) de Estados Unidos es que, si no se implementan acciones, podría haber entre 160 y 214 millones de estadounidenses que se contagiarían durante la epidemia, según reportó The New York Times. Y los muertos podrían ir de 200.000 a 1,7 millones de personas. Pero la esperanza es que las medidas tomadas en EE.UU. y en otras naciones empiecen a surtir efecto.

A pesar de todo, hay líderes que no han estado a la altura que requiere una emergencia como esta. Cuando todavía era posible evitar una ola de contagio, el 30 de enero, el presidente estadounidense dijo: “Tenemos todo bajo control”. “Por todo lo que hemos hecho, el riego para los estadounidenses es muy bajo”, insistió equivocadamente el 26 de febrero. Ahora ya es demasiado tarde y hay nuevos casos reportados cada día en Estados Unidos.

El mejor consejo que he escuchado para que los líderes del mundo que están enfrentando esta pandemia viene del doctor Michael Ryan, director ejecutivo del programa de emergencias sanitarias de la Organización Mundial de la Salud (OMS): “Actúa rápidamente, no te arrepientas; tienes que ser el primero en moverte”, dijo en una reciente rueda de prensa sobre el virus en Ginebra.

Continuó: “Si quieres estar seguro antes de mover, nunca vas a ganarle. [...] La velocidad es mejor que la perfección. Y el problema que tenemos es que todos tienen miedo de cometer un error, todos tienen miedo de las consecuencias de un error. Pero el mayor error es no moverse”.

El verdadero problema es cuando los políticos no siguen los consejos de sus propios expertos. Y cuando su conducta pública no se puede presentar como un ejemplo para el resto de la población. Esos errores de liderazgo se miden en vidas.

Mientras tanto, ha desaparecido en un parpadeo cualquier idea de normalidad. Lo más humano -tocarse, saludarse, besarse, abrazarse, hacer ejercicio, reunirse, comer juntos, salir a divertirse- es poco aconsejable y, en algunos casos, hasta prohibido. Como millones de personas en el mundo que podemos hacerlo, llevo dos semanas trabajando desde casa y por primera vez en décadas no tengo viajes pendientes. Dan ganas de subirse a un avión y bajarse en un sitio normal. Pero de esos ya no hay.

Por primera vez desde mi infancia, me sobra tiempo. Atrás quedaron las agendas repletas y los días que no alcanzan. Ahora las horas pasan lentamente. Me invento horarios que no tengo que seguir porque el desayuno y la cena pueden ser en cualquier momento. Veo a los niños en sus clases virtuales y se me rompe el corazón porque sé que tendrá que pasar mucho tiempo antes que regresen a la escuela y vuelvan a jugar en persona con sus amigos. Y trato de proyectarle a los míos una sensación de seguridad a pesar de que, por dentro, estoy lleno de dudas e incertidumbre. Confieso -gracias, Neruda- que he vivido. He reportado sobre varias guerras y cubrí en Nueva York los actos terroristas del 9/11; sus fantasmas todavía nos persiguen. Pero nunca me había tocado ser parte de una súbita y mortífera crisis global de salud como esta. Llevaremos sus cicatrices por el resto de nuestras vidas.

¿Quién iba a pensar que 2019, un año duro y complicado, sería el paraíso? El futuro, a secas, no pinta bien. Por eso hasta Mafalda hubiera querido brincar del mundo.

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