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Nada personal

A los presidentes, expresidentes y hasta a los políticos con un poquito de autoridad no les gusta que los cuestionen.

1 de diciembre de 2019 Por: Jorge Ramos

“Entre tú y yo no hay nada personal”.

Armando Manzanero


A los presidentes, expresidentes y hasta a los políticos con un poquito de autoridad no les gusta que los cuestionen. El poder se sube rápido a la cabeza y no se les ocurre que pueden estar equivocados o que alguien los obligue a rendir cuentas. A veces dividen el mundo entre leales y traidores. E inmediatamente piensan en conspiraciones internacionales, en intentos para derrocarlos y en las más alucinantes operaciones tecnológicas para hacerlos ver mal. Pasa en todos lados. Y lo sufren por igual los presidentes de Estados Unidos y México, Donald Trump y Andrés Manuel López Obrador, que el expresidente boliviano Evo Morales.

La razón de su enojo suelen ser los periodistas independientes. Pero no es nada personal: una de las misiones del periodismo es, justamente, ser un contrapeso al poder.

Gracias a internet y a las redes sociales ya quedan pocos gobiernos sobre la tierra que pueden censurar e imponer sus contenidos sobre la población. Así que cuestionar a los poderosos es lo normal. Más que nunca. Ojalá se vayan acostumbrando.

Esto me recuerda una reciente entrevista a Evo Morales en Ciudad de México. Evo se veía molesto. El periodista de la BBC -una gran institución con una bien ganada reputación de integridad y credibilidad- lo estaba cuestionando y, claramente, no le gustaban las preguntas: “¿Cómo se define usted en este momento, presidente, expresidente, presidente depuesto, asilado político?, “¿usted reconoce que hubo irregularidades [en las elecciones del 20 de octubre]?”, “¿usted no cometió ningún error?”, “usted ha dicho en el pasado que quien se va de Bolivia es un ‘delincuente confeso’”, “¿por qué no fue a Venezuela en lugar de venir a México?”, “¿tiene fecha para volver a Bolivia?”.

Pero, en lugar de contestar las preguntas, Evo decidió criticar y descalificar al periodista, Gerardo Lissardy: “No quiero pensar que usted parece representante de la derecha boliviana […] Por más que seas mi enemigo ideológico y político, jamás querría verte muerto […] Con usted no es una entrevista, es un debate ideológico”. Y, luego, en un momento surrealista y ridículo, Evo lo acusó de estar recibiendo las preguntas por su teléfono celular. “Te están dictando para que preguntes. Yo conozco a esa clase de periodistas. Le están dictando qué van a preguntar”, le dijo Evo. A lo que Lissardy, sorprendido, tuvo que explicar: “No, nadie me está dictando. Está en modo avión el teléfono. No está conectado con nada. Estas son mis preguntas que tengo escritas aquí”. ¿Acaso nunca se le ocurrió a Evo Morales que hay preguntas legítimas sobre sus casi 14 años en el poder? ¿De verdad cree Evo en la absurda idea de que alguien en la BBC de Londres le estaba diciendo qué preguntar a su corresponsal en México con la intención de desprestigiarlo?

Al presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, tampoco le gusta que lo cuestionen. Cuando la periodista española Silvia Chocarro le preguntó en una de sus conferencias de prensa si se comprometía a “utilizar un lenguaje que no estigmatice a los periodistas y al periodismo”, Amlo contestó que él quería estigmatizar a la corrupción “no a los periodistas” y que siempre actuaba “con respeto a todos”. (Excepto, claro, cuando llama a los reporteros “prensa fifí”, cuando los acusa de ser conservadores, de buscar lo podrido y de sacar las cosas de contexto.)

“Le muerden la mano a quien les quitó el bozal”, también dijo Amlo en referencia a los periodistas. Pero el presidente de México parece no entender que hay muchos muertos en el país, que la nuestra es una de las naciones del mundo más peligrosas para ejercer el periodismo, que la nueva titular de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos fue elegida con serios cuestionamientos y que el trabajo fundamental de los reporteros es obligarlo a rendir cuentas, no apoyar su proyecto de la ‘cuarta transformación’.

Pero, sin duda, el mandatario que tiene la piel más delgada en su trato con los periodistas independientes es Donald Trump. Él ha popularizado el término fake news o noticias falsas y lo aplica a cualquier información o periodista que no le guste. Sus peleas con The New York Times, The Washington Post y CNN, entre muchos otros medios, son épicas. Nunca lo he escuchado disculparse por algo. Suele decir que todo lo que hace es lo más grande, lo mejor y que nunca se ha visto algo similar. Y tiene una autoimagen tan desproporcionada que, en una ocasión, en una de sus frecuentes sesiones públicas para hablar de él mismo, se describió como un “genio muy estable”.

Alguien así, sin una pizca de humildad ni sentido del humor, nunca va a aceptar que un periodista lo cuestione.

Esto llevó a que Neil Cavuto, uno de los presentadores de la cadena Fox News, le enviara un mensaje al presidente estadounidense después de que este criticara a uno de sus colegas, Chris Wallace. Los periodistas, dijo Cavuto, no están obligados a halagarlo; en cambio, están “obligados a cuestionarlo y a ser justos con usted ... incluso si al hacerlo se corre el riesgo de ser atacados por usted”.

La naturaleza misma del periodismo es cuestionar. A veces, claro, da la impresión de que se trata de una confrontación y hasta de oposición política. Pero ese es nuestro trabajo: hacer preguntas difíciles a figuras públicas. No es nada personal. Lástima que Evo, Amlo y Trump no lo entiendan así.

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