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Lecciones del Sur

México tiene mucho que aprender de Perú y Colombia. Si no lo...

19 de junio de 2011 Por: Jorge Ramos

México tiene mucho que aprender de Perú y Colombia. Si no lo hace, corre el peligro de caer en una espiral de pobreza y narcoviolencia. Y esas espirales suelen terminar en huracanes sociales. De Perú, la primera lección es ésta: cuando llega la temporada de elecciones, aquellos a quien la sociedad ha olvidado recordarán quienes se olvidaron de ellos. En las elecciones presidenciales de este mes, contrariamente a lo que sugerían muchas encuestas, el exoficial militar Ollanta Humala derrotó a Keiko Fujimori, hija del expresidente Alberto Fujimori -ahora caído en desgracia y encarcelado- gracias al voto rural e indígena. Aunque la economía peruana ha sido de las de crecimiento más acelerado en América Latina durante la última década, los más pobres de sus habitantes siguen atrapados en la miseria; el crecimiento económico de la nación parece haber beneficiado únicamente a los peruanos más ricos. Por eso más de la mitad de los peruanos votó por el candidato que retaba al sistema -Humala– y no por quien lo preservaría -Keiko Fujimori. Tarde o temprano, los olvidados se vengan –a veces en las calles y otras en las urnas. México es mucho más parecido a Perú de lo que muchos quisieran creer: por esa pobreza heredada de una generación a otra, por su espantosa discriminación contra la población indígena y por sus ricos groseramente ricos. Una cosa es lo que dicen las estadísticas y otra muy distinta es no tener trabajo ni qué comer. En el preciso instante en que Ernesto Cordero, el Secretario de Hacienda y precandidato presidencial, dijo en un discurso reciente que “hace mucho que México dejó de ser un país pobre”, había en él 54 millones de pobres. Lección: maquillando al país no se ganan elecciones ni se logran los grandes cambios. Sí México no aprende de la reciente elección en Perú que la pobreza no desaparece con declaraciones falsas y con promesas electorales, corre el riesgo de perder otra década más y ser irrelevante frente a las nacientes potencias como China, India y Brasil. De Colombia, México puede aprender cómo combatir eficazmente el problema de la violencia de los narcotraficantes. Cuando hablo con mis compatriotas mexicanos sobre la narcoviolencia, siempre hay un gesto de resignación. “No hay de otra”, me dicen, sobre la fallida estrategia del presidente Felipe Calderón de enfrentar frontalmente a los narcotraficantes y que ha costado casi 40 mil muertos. Pero la realidad es que sí hay de otra. Hay cuatro cosas que los colombianos hicieron bien desde los años 90 que han permitido al gobierno tomar ventaja sobre las organizaciones del tráfico de drogas -cuatro cosas que los mexicanos no están haciendo: 1. Los funcionarios policíacos colombianos entendieron que era necesario enfocarse en decomisar las propiedades y el dinero generado por el narcotráfico. Sus colegas mexicanos no están golpeando a los carteles donde más les duele: en sus cuentas bancarias. 2. En Colombia crearon una Policía Nacional única; en México hay más de 2.000 cuerpos de policía diferentes que operan con escasa coordinación. 3. En Colombia crearon un cuerpo élite prácticamente incorruptible para enfrentar a los narcotraficantes. En México no existe. 4. En la última década, Colombia ha ‘liberado’, una por una, ciudades y carreteras que estaban en manos de los carteles de la droga. Como Colombia, México ha perdido parte de su territorio frente al narcotráfico. ¿Cuándo va a liberar México a Cuernavaca, Monterrey o Ciudad Juárez? ¿Cuándo se liberarán las carreteras de Sinaloa o Michoacán? Como ven, sí hay otra forma. La violencia de los carteles de la droga puede ser derrotada, pero sólo mediante una estrategia correcta. El problema es que el presidente Calderón y el Ejército mexicano escogieron una estrategia equivocada y, lo peor de todo, es que no están dispuestos a corregirla a pesar de que cada asesinato es una muestra de su fracaso. Si México no ve lo que está haciendo bien el sur, va a perder el rumbo. Son lecciones para no morir de hambre o de un balazo.