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Con los ojos en Japón

Dondequiera que miro, pienso en Japón. Siempre ha sido uno de mis...

27 de marzo de 2011 Por: Jorge Ramos

Dondequiera que miro, pienso en Japón. Siempre ha sido uno de mis países favoritos para visitar. He estado ahí un puñado de veces. Nunca ha dejado de asombrarme. Y ahora en esta cuádruple crisis -sismo, tsunami, amenaza nuclear y caos económico- no puedo dejar de admirar a los japoneses.He pasado los últimos días viajando con el presidente Barack Obama en su gira por Brasil, Chile y El Salvador. Cuando estaba en campaña por la Presidencia, Obama dijo una vez que mejorar las relaciones de Estados Unidos con esta región de América Latina sería una prioridad de su administración. El Presidente ha demostrado la verdad de sus palabras con esta visita. Y pese a la terrible y peligrosa situación en Japón después del macrosismo del 11 de marzo, y a las acciones militares de Estados Unidos contra Libia iniciadas el 19 de marzo, Obama no canceló ni postergó su visita. Pero aunque físicamente estábamos en Centro y Sudamérica, todos en ese viaje también teníamos los ojos puestos en Japón. He estado pensando acerca de cómo, incluso en este momento de enorme pérdida, los japoneses han logrado mantener una actitud estoica. Recreo mentalmente la entrevista con una madre japonesa que describió la fuerza irresistible del tsunami que le arrebató a su hija de las manos. Aunque su angustia era evidente, no lloraba. Esperaba, en cambio, encontrarla milagrosamente en algún refugio. Ejemplos como ése son incontables. La entereza de los japoneses para enfrentar la tragedia raya en lo extraordinario. Y no me queda la menor duda que superarán esta tragedia. Lo hicieron después de la Segunda Guerra Mundial y lo volverán a hacer. Aunque estos sucesos catastróficos han superado los límites de la capacidad de respuesta gubernamental a las emergencias, no ha habido informes de robos ni de saqueos. Y si bien se ha manifestado ira y frustración contra la Tokyo Electric Power Company, encargada del manejo de la dañada planta nuclear de Fukushima Dalichi, el énfasis de la mayoría de la gente ha estado en cómo superar esta calamidad y luchar para evitar un desastre mayor. Hace tiempo, durante una visita a Kamakura, una ciudad a unos 30 kilómetros de Tokio, como gaijin o extranjero que era, hice lo que la mayoría de los turistas: me metí en la panza de una gigantesca estatua de Buda. Y eso mismo he hecho en cada viaje a Japón desde entonces -tratar de adentrarme en lo que hace de Japón un lugar tan especial y único. El sentido del orden de los japoneses no tiene par. Cientos de personas esperan en las esquinas para cruzar la calle, por ejemplo, aunque no haya autos a la vista, Y, como contraparte, no hay nada más catártico y explosivo que sus bares de karaoke; de alguna forma, pienso, la gente tiene que sacar todo lo que controla y reprime. La productividad y dedicación de los trabajadores nipones son impresionantes. Aunque sus asalariados ya no tienen la garantía de ser empleados por una misma empresa toda su vida, muchos aún dedican 14 y 16 horas diarias a su trabajo, incluyendo sábados. Y una consecuencia de ésto es que los metros y trenes de Japón están llenos de hombres y mujeres dormidos que, como si tuvieran un reloj interno, se despiertan segundos antes de llegar a su estación. Los niños japoneses asisten a la escuela 240 días al año, o sea 60 más que los estudiantes estadounidenses. Es asombroso que una isla tan pequeña, con tan pocos recursos naturales, sea uno de los principales exportadores del mundo. Y su dieta, basada en el pescado y el arroz, supliendo la escasez de sus tierras de cultivo con la abundancia del mar, los ha convertido en uno de los pueblos más saludables y longevos del planeta. En una de mis visitas recorrí el mercado central de Tokio, y la forma en que esos pescadores cortan y venden el atún y el salmón es a la vez arte y espectáculo. Mi cuarto de hotel cerca del Palacio Imperial es el más moderno y eficiente en que me haya quedado en mi vida; todo, hasta el nivel de humedad y la operación de los muebles del baño, se manejaba automáticamente. Y Kioto -tan increíblemente cerca de Tokio si se viaja en el tren bala- es, sin duda, una de las maravillas del mundo. Visitar sus jardines y ryokanes centenarios es un verdadero privilegio. En estos días, cuando recuerdo la experiencia de meterme en el vientre del Buda, o esa paz que sentí al ver unas simples rocas en el jardín de arena del templo de Ryoanji en Kioto, pienso en ese mágico ritmo de la vida japonesa. Quiero que mis hijos tengan esa experiencia. Se suponía que ése sería nuestro próximo viaje, pero ahora tendrá que esperar. Cuánto tiempo, no lo sé. Pero mientras tanto, estoy absolutamente convencido que si hay un país en el mundo que puede enfrentar cuatro crisis al mismo tiempo -y salir adelante- ese es Japón. Estoy seguro que nos volverá a sorprender. Por eso tengo los ojos puestos ahí.