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Hacia dónde va el mundo

El papa Francisco ha demostrado claramente que no solo quiere abrir las ventanas de la Iglesia, sino que quiere que el mundo pueda entrar al interior de la Iglesia

22 de octubre de 2020 Por: Vicky Perea García

El 25 de enero de 1959, fiesta de la conversión de San Pablo, en la Basílica, dentro de la homilía, San Juan XXIII invita a la realización próxima de un Sínodo para la ciudad y un Concilio para el mundo. Los cardenales asistentes, sorprendidos por tal anuncio que ya habían pensado años atrás Pío XI y Pío XII, pero habían desistido porque “la Iglesia no estaba preparada”, interrogan al Santo Padre sobre su finalidad y éste responde: “Quiero abrir las ventanas de la Iglesia para que podamos ver hacia fuera y los fieles puedan ver hacia el interior”; lo estaba pensando, pero se me ocurrió en ese momento.

Iniciado en el otoño de 1962 por Juan XXIII, el cual fallece cuando se desarrollaba la primera de cuatro secciones, fue continuado por el papa Pablo VI, el cual introduce la segunda sección del Concilio interrogando a los padres conciliares para que respondieran: “Qué dices de ti misma, Iglesia”, respuesta que debiera tener dos miradas, hacia adentro y hacia fuera. A este papa le tocó un duro enfrentamiento con la cultura de su tiempo y que en un momento dado de su vida dijo: “Si hubiese un santo en el mundo, este andaría por otro lado”.

Pasaron los años y los documentos del Concilio apenas se conocían por algunos estudiosos y la generalidad no llegó a ponerlo definitivamente en práctica. Allí estaba el abrir esas ventanas al mundo y que el mundo viera hacia adentro de la iglesia. Hasta que aparece en este rompecabezas que organiza Dios, totalmente distinto a como lo organizarían los hombres, el papa Francisco quien en los tres documentos esenciales de su pontificado ha demostrado claramente que no solo quiere abrir las ventanas de la Iglesia, sino que quiere que el mundo pueda entrar al interior de la Iglesia, porque debemos concebir un mundo en donde todos seamos hermanos, y cuidemos de esa manera la Casa Común, nuestro planeta, comprometiéndonos a vivir con alegría esa presencia del Evangelio, que nos comunica el “Cristo que está vivo” en medio de nuestra historia, aunque pase desapercibido por el hombre que se encuentra distraído o anestesiado, con una conciencia esclavizada, pero Jesús está ahí.

Por eso en su primer encuentro con los jóvenes como Papa, en Brasil, les invita a que salgan a formar lío, que no se dejen quitar la libertad, que vayan a sus diócesis a armar ese lío. Y este hombre, que toma el nombre de aquel que en su época empezó ese lío desde su hogar y luego en el mundo de su época, se encuentra frente a un joven que a sus apenas 15 años ya sube a los altares, como Beato y empieza a armar ese lío en el mundo con su sencillez, decisión y claridad, para buscar en la Eucaristía la forma de armar por esa preciosa autopista el lío que lo lleve a él y a las gentes al cielo, y desde las periferias de la Iglesia institucional, un laico, permítanme la expresión, empieza a dar una respuesta de renovación y de aires nuevos en la Iglesia que debe responder ya al mundo que vio hacia adentro de nuestra realidad y que obligará a los que estamos adentro a ver hacia fuera.

Por hoy, el espacio no me alcanza para seguir viendo cómo Dios arma este rompecabezas, con lo cual pretende que el hombre al fin le escuche, y quiero terminar con lo que en el No. 154 de ‘Fratelli Tutti’ dice el papa Francisco: “Para hacer posible el desarrollo de una comunidad mundial, capaz de realizar la fraternidad a partir de pueblos y naciones que vivan la amistad social, hace falta la mejor política puesta al servicio del verdadero bien común. En cambio, desgraciadamente, la política hoy con frecuencia suele asumir formas que dificultan la marcha hacia un mundo distinto”.