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Cambio climático

El 12 de diciembre de 2015 en París, 195 naciones lograron entender que es crucial para la humanidad abordar el problema más serio que afronta.

27 de junio de 2017 Por: Jorge Humberto Cadavid Pbro

El 12 de diciembre de 2015 en París, 195 naciones lograron entender que es crucial para la humanidad abordar el problema más serio que afronta. El presidente de la COP 21 y ministro de relaciones exteriores de Francia, Lauren Fabius, dijo: “El Acuerdo de París permite a todas las delegaciones y grupos de países volver a casa con la cabeza alta. Nuestro esfuerzo colectivo es más valioso que la suma de nuestros esfuerzos individuales. Nuestra responsabilidad con la historia es inmensa”.

Precisamente hace 2 años, el 24 de mayo de 2015 se publicaba en Roma la carta encíclica ‘Laudato Si’, cuando también se cumplían tres años pontificado del Papa Francisco, cuyo contenido es la motivación para el cuidado de la casa común, y que se adelantara a lo alcanzado por el acuerdo histórico de las 195 naciones para combatir el cambio climático. En éste se pactó mantener el calentamiento global por debajo de 2 grados centígrados, haciendo inversiones y tomando medidas necesarias para un futuro con bajas emisiones de carbono, resiliente y sostenible. Primera vez que este acuerdo reúne a todas las naciones por una causa común y con responsabilidades históricas para el presente y el futuro del Planeta.

Precisamente en los dos números iniciales de la carta encíclica dice:
1. “Laudato si, mi’ Signore” – “Alabado seas, mi Señor”, cantaba San Francisco de Asís. En ese hermoso cántico nos recordaba que nuestra casa común es también como una hermana, con quien compartimos la existencia, y como una madre bella, que nos acoge entre sus brazos. “Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra Madre Tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba”.

2. Esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada Tierra, que “gime y sufre dolores de parto” (Rm 8,22). Olvidamos que nosotros mismos somos tierra (cf. Gn 2,7). Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del Planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura.

¿Tiene la libertad un gobernante de decidir en contra de la mayoría en el Planeta, por intereses que conciernen a una ideología o manera de pensar, más que al bien común de toda la humanidad? ¿No se refleja en esta actitud mal criterio e incapacidad para discernir y pensar, cuando los egoísmos dominan y lideran a los pueblos, y someten a las mayorías, creyéndose dueños no sólo de los bienes creados, sino del mismo pensamiento y libertad de los seres humanos? Podríamos decir y pensar que la humanidad se encuentra enferma y que la manifestación más clara de ello es la corrupción que ha tocado ya el alma humana, y que la insensibiliza de manera tal que es indiferente ante la destrucción y la muerte del mismo ser humano, con tal de exaltar al individuo y a la persona en detrimento de la alteridad, de la transcendencia.