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Mala seña

Hace poco, estando en Cali, la directora del sistema de Parques Nacionales,...

6 de abril de 2015 Por: Jorge E. Rojas

Hace poco, estando en Cali, la directora del sistema de Parques Nacionales, Julia Miranda, contaba de la llegada de mineros de Perú y de Brasil. Vienen, dice ella, con la intención de hacer en Colombia lo que ya no pueden en los lugares a los que pertenecen, apenas a horas de aquí. Allá, o allí no más, las leyes promulgadas en contra de la minería ilegal los convirtió en parias. Subiendo el continente, sin embargo, los desterrados habrían empezado a encontrar su lugar.La sola posibilidad es un desastre: apartando la vista de las compañías internacionales con permiso de explotación, los otros mineros que arrasaron las tierras de Chocó y Antioquia fueron colombianos; empujados y escudados en la pobreza, durante mucho tiempo perforaron el camino que bajo sus pies se abrió tras la huella de las retroexcavadoras hambrientas de oro. En Córdoba, Nariño, Boyacá, Vichada y Guainía, igual, el mismo patriotismo minero forjado en el abandono y la desolación que en el norte del Cauca ha ido dejando un desierto de socavones y que en el Valle fue capaz de desviar el cauce del río Dagua. ¿Si en todos estos años la tierra importó poco a los mineros que al menos tenían un lazo de sangre con ella, cuánto importará a los que no la conocen? Hilando muy delgado, el pasado 6 de marzo se registró una captura que podría servir para hacerse a una idea del tamaño de su consideración: ese día, a través de un operativo del Ejército y la Policía del Chocó, 12 personas señaladas de dedicarse a actividades relacionadas con la minería ilegal, fueron capturadas en flagrancia y en poder de 2 máquinas retroexcavadoras, 2 dragas con motor, e insumos químicos (entre los que había mercurio y cianuro) avaluados en 4 mil millones de pesos. Tres cuartos del grupo de capturados, es decir, 9 de los 12, eran brasileños.La llegada de los mineros errantes no solo significa más y más daño ambiental. Significa que detrás sigue funcionando la misma telaraña mafiosa que desde hace tanto soporta la estructura sobre la cual se ha levantado un negocio multimillonario que también es la guarida de traquetos, bandidos y guerrilleros. Y significa que lejos de aquí saben que justo por eso, por quienes están detrás del negocio garantizando su oscura perpetuidad, cualquiera puede venir, pagar un par de vacunas, y traer cuatro mil millones de pesos en veneno para lavar todo el oro que le quepa en los bolsillos. Si no es así, la presencia de los brasileños no tendría explicación. ¿O a qué minero, de qué lugar del mundo, se le ocurriría viajar a buscar oro en las selvas chocoanas sabiendo que en Colombia la explotación ilegal es controlada por las Farc?La llegada de los errantes significa que aún después de nuestras fronteras, se hace visible la ausencia de una legislación lo suficientemente poderosa como para defender el territorio, no solo de mineros provenientes de otros lugares (porque este no es un problema de pasaporte), sino de los excesos de una práctica que se ha extendido en al menos trescientos municipios. Lo saben y por eso vienen. Cada año, se calcula, cerca de cincuenta toneladas de oro son extraídas en Colombia. Solo siete de ellas, también se calcula, son explotadas de forma legal.Y así puede que siga siendo. Al menos hasta que aparezcan legisladores que vean mejor: además de los carteles de las Farc y el ELN, bandas criminales como La Empresa, Los Rastrojos y El Clan de Los Úsuga, también se interesaron en la explotación aurífera del mismo modo que las guerrillas, que encontraron en el oro una lavandería de dinero sin pierde y un refugio donde las leyes existentes son tan flexibles como su moral. ¿Cómo es posible que en un país desangrado por la minería ilegal, las autoridades solo puedan decomisar el cianuro o mercurio que hallen transportado de mala manera? Los muertos que en los últimos diez años han quedado por la disputa de minas, reclamo de máquinas, pago de deudas, extorsiones y ajustes de cuentas, a lo largo y ancho del país, ya no pueden ser contados por nadie. Ni siquiera calculados. La llegada de los mineros brasileños no es coincidencia, es una muy mala seña.