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Hipo era un buen chico. Nunca se supo cómo se llamaba pero...

21 de julio de 2014 Por: Jorge E. Rojas

Hipo era un buen chico. Nunca se supo cómo se llamaba pero no podía tener un nombre mejor. Hipo, como el hipo, era incontenible. La particularidad de su desenfreno estaba en que no podía parar de preguntar. A veces la gente se cansaba de su insistencia y simulaba no verlo para evitar responderle cosas casi siempre incontestables. Entonces casi todos los días iba por ahí, lanzando al aire sus dudas irresueltas. De lejos casi daba la impresión que algo le brincaba en el pecho: ¿por qué si el mar es bueno para la salud, no sirve para hacer una sopa? ¡hip! ¿cuántos saltos da un canguro en toda su vida? ¡hip! ¿a qué hora salen los lunares de la cara? ¡hip!Hipo vivía en un buen lugar. No era un lugar grande, pero con el tiempo se había ido extendiendo hacia todos lados y ya nada quedaba tan cerca como antes. Para la gente que vivía en el mismo lugar, era muy importante un árbol que crecía justo en la mitad de todo. Era un árbol con un tronco más grueso que un edificio de apartamentos y ramas largas donde crecían más o menos dos millones de manzanas. Todos sabían cuántas habían porque de las manzanas dependían muchas cosas: si desde lejos el árbol se veía verde y frondoso, otras cosas crecían a su alrededor. Escuelas y hospitales. Bibliotecas, parques y andenes. La sombra era buen abono para la dignidad.Por eso un día la gente decidió reunirse para elegir a un hombre que se encargara de velar por la buena salud del árbol. Como la decisión era tan importante, la gente le encargó a Hipo que fuera a otras partes, a otros lugares, y averiguara lo que había pasado cuando tuvieron que elegir a un hombre para que se encargara de cuidar el árbol que en cada lugar representaba la vida de la gente.Todos estaban seguros que Hipo haría un buen trabajo. Porque si era capaz de preguntar lo que preguntaba, cuando se encontrara con los hombres delegados de cuidar los árboles de otros lugares, seguramente les preguntaría lo que todos querían saber. Hipo, pregúntale ¿qué haría si descubre un nido de ratas en una de las ramas del árbol? Pregúntale, hipo, al hombre encargado de la vida de otros lugares, ¿qué haría para que la sombra llegara a todos? Pregúntale, le recomendaban mientras emprendía viaje hacia otro lugar, si alcanza a ver todas las manzanas. Pregúntale si las escucha al caer.Hipo se fue con todas esas preguntas y poco a poco las fue repartiendo. La última vez que lo vieron estaba en un lugar muy bello, de montañas que cortaban en zig-zag todo el horizonte convirtiendo el cielo en un paisaje verdeazulado. En ese lugar, durante mucho tiempo, el cuidado del árbol había estado en manos equivocadas. En un circo, Hipo una vez se encontró con uno de los hombres que lo tuvo a cargo. Trabajaba de mago. Al final del show, mientras bebían whisky barato, Hipo le preguntó, cómo, en su momento, él informaba a la gente sobre la salud del árbol que le encargaron. El hombre entonces le explicó que todos los días escribía en un tablero, a la vista de todos, el número de manzanas caídas. A veces, le dijo, había mañanas que en un rincón sin revisar aparecía alguna que llevaba varios días ahí. Entonces para evitar confusiones, él las iba poniendo en un costal y al final del mes se las mostraba a la gente sumadas en el tablero. Ese fue el último día que vieron a Hipo. Justo cuando iba a preguntar, el mago se le adelantó: ¿qué harías si un día las cuentas entre las manzanas buenas y las manzanas caídas no coincide? Eso no es posible, dijo Hipo tembloroso. El mago se quitó el sombrero y sacó otra botella. Aquí sí, aquí las manzanas caminan, le respondió tranquilo mientras se guardaba 48 palomas en el bolsillo del pantalón. Hipo entendió. Le dio miedo. Desapareció.