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La rumba del Alcalde

El caso es que pensar en verbenas justo ahora es una locura. Menos mal la propuesta no tiene aval presidencial. Hay desvaríos que están exentos de derecho.

24 de mayo de 2020 Por: Jorge E. Rojas

“Estamos buscando una alternativa en espacio público para poder abrir la actividad de las comidas y la actividad de la rumba. Probablemente no vaya ser en sitio cerrado porque en sitio cerrado se enferman las personas, pero podemos abrir cerca de donde hay un establecimiento nocturno, cerrar la calle, y que ese establecimiento adelante rumbas en esa calle para que haya ventilación y evitar que las persona se mueran, ¿está claro? No voy a poder permitir que se metan cien en un timbiriche para que todo el mundo se muera (…) Se hace un encerramiento y que la gente pueda poder tener su actividad nocturna pero en un encerramiento con ventilación y que no hayan riesgos. Se está valorando, no lo hemos definido porque muchos epidemiólogos, médicos, dicen no haga eso. Pero tampoco puedo permitir que la gente se muera de hambre, ¿está claro?...”.

Aunque parezca una locura, las palabras son del Alcalde de Cali. La ciudad donde hasta el sábado se contaban 1729 contagios y 81 muertos. La ciudad de los venezolanos sin patria. De las aglomeraciones. De las plazas de mercado donde se ríen de la pandemia. De las fiestas sexuales. La ciudad de las cuarenta orgías que fueron interrumpidas en casas y moteles antes de que acabara abril. La ciudad de la desobediencia. La ciudad donde el 70% de las camas UCI ya están ocupadas. Pero tranquilos. Changó nos protege. Salgamos a bailar.

Evidentemente la cuarentena nos ha pegado duro a todos. Algunos se raparon como Britney Spears en depresión, y otros suben coreografías a Tiktok aun en contra de su motricidad. Al final, y más en estas circunstancias, todos tenemos derecho al desvarío.

Pero es distinto socializarlo siendo Alcalde. Y mucho más si el Alcalde lo comunica desde la plazoleta Jairo Varela, rodeado de personas que en algunos casos no estaban a dos metros de distancia. Así circuló la imagen este sábado. Guardando las proporciones, fue una escena con cierto tufillo a tozudez tipo Bolsonaro, el fatal presidente brasileño que hasta hace un mes insistía en la inmunidad de su pueblo argumentando que los más pobres eran capaces de bucear en las alcantarillas.

Aclaro que no estoy pormenorizando los esfuerzos locales. Son imposibles de negar, además. Esto no es una comparación de extremos, pero sí una alusión a posturas mentales. A populismo exacerbado coincidente. Si el Alcalde solo estaba haciendo una valoración, ¿para qué las cámaras de los teléfonos?

Es claro que a estas alturas todos comprendemos el desespero de todos. Yo estaría muy azarado si trabajara en un bar o en una discoteca. O si fuera dueño de un restaurante en el estadio. Sin embargo me da más miedo que nos convirtamos en otra Guayaquil. Porque los antecedentes más próximos no nos ayudan: si durante la primera semana de flexibilización al aislamiento registramos cerca de 200 nuevos casos, ¿cómo se comportaría el virus con la gente concentrada en la calle, borracha y sonsa a su disposición?

Es extraño que todavía cueste entender que el mundo que cambió nos incluye. Tal vez de ahora en adelante la caleñidad no pueda volver a tener las mismas expresiones. Tal vez ya no puedan volver a meterse cien en un timbiriche. Tal vez bailar se transforme en un acto íntimo y exclusivo para quienes tuvieron el privilegio de quedar encerrados en pareja. Quién sabe. El caso es que pensar en verbenas justo ahora es una locura. Menos mal la propuesta no tiene aval presidencial. Hay desvaríos que están exentos de derecho.