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Jorge Iván Underwood

Dicen que es el Alcalde. Que ya empezó la repartición de puestos y las promesas de futuro con colilla de pago y sisbén. Que cuenta los días para los desquites pendientes.

9 de octubre de 2019 Por: Jorge E. Rojas

Dicen que es el Alcalde. Que ya empezó la repartición de puestos y las promesas de futuro con colilla de pago y sisbén. Que cuenta los días para los desquites pendientes, para sonarse el rencor acumulado encima de toda la paja, los bochinches, los inventos, la mala-sangre, la tirria, la mala-leche. ¿A quién le cabe tanta bobada en la cabeza sobre un hombre que solo ha sido puro corazón?

Ya es el Alcalde. Una de las muchas cosas que nunca fallan en este país son las encuestas y ahí les gana a todos. Y por si acaso quedan las bombas de desprestigio, como la que armaron en estos días con la pobre chontica. Desde el marketing político de la descalificación, hay que reconocerles el cabezazo: lograr que la muchacha hablara mal del jefe, e inducir la declaración al descrédito del esfuerzo social sobre el que se basa el capital político de Roberto Ortiz, fue bajo pero brillante. En tiempos de difamación 4.0, viralizar la indignación habrá sido cosa de segundos. Una artimaña tipo Frank Underwood, el tenebroso congresista de la ‘House of Cards’ de Netflix, sociópata obsesionado con el poder, que en la serie terminó conquistando a través de una carrera llena de atajos, trampas, zancadillas y negociados, por decir lo menos y acomodar aquí la frase de cajón: cualquier parecido con la realidad será mera coincidencia.

En la ficción, cuando Underwood se topaba con alguna cámara encendida, o le hacía frente a una multitud de posibles votantes, su astucia moldeaba empáticamente la presencia escénica del candidato que la gente quería ver: carismático, incorruptible, firme, sereno, mesiánico. En contraplano, con la cámara apagada y de puertas para adentro, el personaje mostraba la cara de un manipulador sin aprensiones para justificar cualquier medio que le permitiera llegar a su fin. Desde la sombra, poderosas fuerzas con todos los recursos a disposición para escurrirse en la oscuridad, le ayudaban con el trabajo sucio o con lo que hiciera falta en la trama. Pasa en la tele, ¿pasará en la vida real?

Es el Alcalde. El que está pidiendo esa ciudad sin memoria que reclama volver al pasado. El que pide la gente que anhela uno de ese molde, en el que aceptamos que se lleve todo, con tal de que nos deje algo. Pequeños, cabizbajos, resignados como siempre, nos conformaremos otra vez con cualquier cosa, puentes donde no hay ríos, cemento, cemento, bla-bla-bla. Además andamos tan ocupados intentando salvaguardar nuestras vidas de este país que nos entierra, que a cambio de una caja de donas aquí podría salir electo Homero Simpson. Razón tiene en celebrar. Es lo que nos merecemos.

Debemos reconocer que con sobrados méritos ya está demostrando su capacidad de gestión. Hasta hace apenas un mes, tenía 69 procesos disciplinarios y penales activos en la Procuraduría. Pero respondiendo a una petición tramitada por el afectado, le aclararon en una carta que “por un error de transcripción”, quedó invertido el número de procesos, que en realidad son 4, y que ahora aparecieron prescritos. Confundir el 69 con el 4 suena como un descuido posible en la húmeda concupiscencia de una orgía y no en la resequedad de un trámite a cargo de un órgano de control; aunque viéndolo bien, tal vez todo esté en su sitio: con la ayuda de su amigo Roy, capo en la Fiscalía con tentáculos apretando cojones por todos lados, poco a poco le han ido borrando las huellas de sus metidas de pata, que ya pronto, con cualquier Emcali, le van a cobrar. Todo muy al estilo Underwood. Por fortuna todavía nos quedan veinte días y un chance, de que la ficción no se transforme en aquella inminente, gangosa y penosa verdad.