El pais
SUSCRÍBETE

Inicio

Artículo

Domingo

Los domingos en la plazoleta de la Gobernación huelen a fritura de...

6 de julio de 2015 Por: Jorge E. Rojas

Los domingos en la plazoleta de la Gobernación huelen a fritura de empanada fresca. Es un aroma de color dorado y burbujas reventando que junto a la parroquia de San Francisco también se va poniendo tibio: en la puerta, desde hace dos semanas y bajo una carpa de lona blanca, hay una venta donde las ofrecen recién sacadas del aceite, rellenas de guiso de carne y papa, y acompañadas con un ají de hierbas. La venta está a cargo de un grupo de fieles que ayuda a juntar la plata que haga falta para echarle una mano de pintura a ese templo y al de la Santísima Trinidad. Los pintores cobran ochenta millones; las empanadas, deliciosas, son a setecientos. En las gradas del atrio, desde donde alcanzan a escucharse los ecos del sermón, a las horas de misa el aroma de una nueva tanda de puntas tostadas huele a lo que debe oler el aliento de dios. Algún dios, de todos los que existen, seguro desayuna los domingos con empanadas.Los domingos en la plazoleta de la Gobernación, el tiempo se detiene en otro tiempo que por momentos queda lejos de todo lo demás: no hay pantallas electrónicas anunciando con neurosis la hora y el clima y las tragedias que renuevan las tragedias. No está abierta la Oficina de Pasaportes entonces no se ve el purgatorio de las filas. No suenan noticias en ninguna radio y la gente que usa el celular, por lo regular lo hace sobre todo para tomar fotos. Ayer, a las 12 y 26, cuando dos operarios de la empresa Hidrolavado fregaban el suelo de la plaza con una manguera, el agua rebotando contra el baldosín salpicaba un par de metros a la redonda del chorro, limpiando sin querer y de paso cualquier rastro de calor en palomas, niños, vendedores ambulantes y una pareja de enamorados que parecía celebrar el rocío con un beso. A esa hora, dando vueltas por la plazoleta, también estaba el Mono Luis, y una señora y un señor, que llevan años vendiendo las bolsas de maíz que alimentan el revoloteo de las aves en las fotografías; dos carritos de helados, uno de BonIce, uno de Vive100, y dos de cholados: en uno de estos, además de varias pasadas de leche condensada, la ñapa era una romántica selección de baladas que goteaba por un parlante.Los domingos en la plazoleta de la Gobernación siempre está Ernesto William Calle Morales, que lleva 26 años tomando fotos allí. Nació en Segovia, Antioquia, pero a los 5 llegó a Cali y aquí aprendió el oficio guiado por su hermano, que hasta hace 3 fue fotógrafo en la misma plazoleta. Antes de los Juegos Panamericanos del 71, trabajando para Fotofiesta, un local que quedaba en la Calle 12, entre Carreras 7 y 8, Ernesto fue uno de los fotógrafos del Puente Ortiz. En ese tiempo podía tomar todos los días entre 20 y 30 rollos completos; cada foto, le dice a trompicones su memoria, valía cincuenta centavos. Ayer, Ernesto tenía 68 años y el pelo más blanco que un vestido de novia. Él estaba de camisa crema de mangas cortas, pantalón gris sin prenses y zapatos negros.En la plazoleta de la Gobernación, Ernesto sabe cuál es el lugar exacto para llevarse el domingo en una foto. Lo tiene ubicado desde el 89, cuando empezó a hacer retratos en ese lugar y la gente hacía fila esperándolo. Y lo sigue siendo hoy cuando sus días, dice riéndose, “son fluctuantes como el dólar”: queda a lo diagonal de las banderas, viendo hacia el Palacio de San Francisco; parado en ese punto, mientras organiza al cliente en el encuadre, dejará caer a sus pies dos puñados de arroz que llamarán a las palomas a la pose. Luego hará dos tomas con una Canon PowerShot A470 digital de bolsillo y eso será suficiente. Click. Click. En un minuto, de una impresora portátil apenas más grande que una caja de zapatos, el domingo saldrá en un pedazo de papel. Por cinco lucas, un marco en cartulina con imágenes de otros lugares turísticos de la ciudad. Ernesto ha criado dos hijos tomando fotos en la plaza. Lo dicen también los recuerdos del sol hablando en su piel. Sobre la margen superior del marco, en letras rojas, el nombre de Cali se lee con su apellido completo: la sucursal del cielo. #DeCaliSeHablaBien.