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Tenía 17 años y seguramente muchos dolores. Dolor de siempre. Parálisis cerebral...

22 de febrero de 2016 Por: Jorge E. Rojas

Tenía 17 años y seguramente muchos dolores. Dolor de siempre. Parálisis cerebral infantil, síndrome convulsivo crónico, atelectasia, displasia broncopulmonar. Traqueotomía. Gastrostomía. Y abandono: nació en 1998, pero desde el 2001 se encontraba bajo la protección del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, Icbf; el año pasado la madre sustituta que se hacía cargo de su cuidado, confesó que no tenía forma de atender todas las necesidades y dolores que lo envolvían y por eso fue trasladado al hogar sustituto Fundación Salud Mental del Valle, que queda en Jamundí. Allí murió el 16 de enero. Se llamaba Leider David Bonilla.Su fallecimiento se convirtió en noticia terminando la semana, cuando el senador Alexánder López dijo en el Congreso, mientras debatían la crisis de La Guajira, que la muerte del chico fue provocada por la misma desnutrición que se está llevando a los niños que crecen (crecían) en aquel miserable paraíso que la corrupción ha construido al norte de Colombia; el Icbf, entonces, a través de un comunicado de prensa, contó los pormenores del drama aquí relatados, explicando que Leider murió de causas naturales, tal como en el registro de defunción certificó con firma un médico de Jamundí. Y contó que Leider estaba ganando peso: “(…) Los médicos presentaron informes positivos sobre la evolución del niño, estos informes afirman que estaba aumentado de peso satisfactoriamente, a pesar de que no se alimentaba de manera autónoma…”.La mañana del viernes 4 de septiembre del 2015 conocí el lugar donde falleció el chico. Había solicitado información sobre casos de abandono infantil en el Valle y entre las respuestas del Icbf estuvo una visita guiada a ese lugar, donde me dijeron que atendían a los nenes con menos probabilidades de ser adoptados. Allí me entrevisté con la coordinadora de la Fundación, Natalia Arce, jefe de un equipo con fisioterapeutas, 7 auxiliares de enfermería, médico, fonoaudiólogo. La Fundación queda a las afueras del municipio, cerca de fincas y lugares de veraneo, pero también de casas humildes y carreteritas destapadas. Está en una casa amplia de dos pisos acondicionada para tratar de hacerles llevaderos los días a los niños que poco a poco llegan, casi todos abandonados por el miedo que a sus papás, en su mayoría muy pobres, les dio enfrentar las enfermedades con las que vinieron a este mundo: lesiones neurológicas, parálisis cerebral, epilepsia, síndromes convulsivos, trastornos severos de la deglución, mangueras, botones instalados en los cuerpitos para que pase la comida, jeringas, dolor, mucho dolor. Todos eran pacientes con enfermedades de cuidado especial. Ese día había 40 y solo 6 de ellos tenían una red familiar, es decir, solo en 6 casos había personas distintas a las médicos preocupadas por ellos. Y todos eran niños chiquitos. Así tuvieran 13, 15 ó 17, todos eran chiquitos.Así Javier por ejemplo, que a los 40 años sigue siendo y sintiendo como un adolescente. Nunca hubo una familia que pensara en él para adoptarlo. Llegó a los 10 años al Icbf y todo el mundo que conoce es el de los hogares sustitutos donde ha hecho la vida. Y donde seguramente la seguirá haciendo hasta que pueda. Javier tiene el pelo negro y un bigote incipiente. Pinta tarjetas con animales de colores. Para ese momento, 4 de septiembre del 2015, entre los ingresos registrados a la Fundación Salud Mental del Valle de los dos últimos años, solo en 3 casos se había dado reintegración familiar. El resto seguía allí, en esas camas, tan cerca de todos y a la vez tan lejos. Como La Guajira. Allí en Jamundí, Leider David Bonilla, que no murió como dijo el senador López. Ni siquiera como dijo el médico. Abandono. Toda la vida en etapa terminal. El chico se nos murió a todos nosotros.