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¿Perdón?

Perdonar significa hacer a un lado un agravio. No siempre se puede...

11 de julio de 2011 Por: Gustavo Moreno Montalvo

Perdonar significa hacer a un lado un agravio. No siempre se puede olvidar la conducta ajena que causó dolor, pero se puede mitigar el recuerdo de la pena sufrida. Construir capacidad para perdonar es un paso necesario hacia la convivencia armónica. Esta construcción se logra a través de un proceso difícil, que parte de reconocer las propias debilidades de cada uno de los agraviados. El perdón ocurre en el plano de lo subjetivo; no significa la terminación de los procesos judiciales contra quien cometió el agravio, pues no sólo el afectado más directo es víctima. Toda la sociedad, en principio, sufre cuando se viola una prohibición, pues se vulnera el marco institucional, y más cuando la norma infringida es sensata. Perdonar tiene costo, pues implica abandonar la pretensión de resarcimiento. También puede ser incentivo para otras violaciones, e inhibir una compensación cuyo resultado final podría ser conveniente para la sociedad. Las tasaciones de costos y beneficios para el perdón no son fáciles. Sin embargo, la apertura hacia un perdón generoso es congruente con la limitadísima dimensión de la experiencia individual de cada quien, y puede conducir a la felicidad porque facilita un vislumbre de lo trascendental, de lo que puede haber más allá. No importa mucho que se intuya un jardín del Edén, o simple degradación celular, molecular y energética. En cualquier caso, lo que haya desbordará nuestras voluntades y pondrá en sus justas proporciones lo que cada uno es.Colombia necesita mucha disposición hacia el perdón. Esta patria se ha construido con mucha violencia, por insuficiente definición institucional en el momento de materializarse la ilusión de independencia, por un tránsito abrupto de la comunidad rústica y analfabeta forjada en la Colonia a la sociedad moderna y contemporánea, y por la influencia contaminante del narcotráfico y sus manifestaciones, que cubren todo el espectro político. Incluso ha contaminado hasta los tuétanos a la guerrilla más antigua y ortodoxa de América. Hay odios reprimidos, dolor por aliviar, desequilibrios inducidos por la violencia, la corrupción y la complacencia oficial. El país enfrenta unas encrucijadas cuyo alcance no parecen percibir las autoridades políticas, judiciales y económicas. Requiere, ante todo, apertura a modelos de convivencia diferentes, con más respeto y más compromiso de todos. De lo contrario, se corre el riesgo de construir un país resignado a vivir del valor de sus productos primarios en los mercados internacionales, sin dignidad ni perspectiva de largo plazo. Estamos en la cuerda floja. El perdón es un paso necesario. ¿Lo daremos?