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¿Verdadero o falso?

¿Sergio Fajardo le ganará el pulso a Claudia López? ¿Correrá Fajardo el riesgo de desinflarse si no logra representación en el Senado? ¿Uribe terminará depositando votos y confianza en Martha Lucía Ramírez? ¿O un buen resultado en las parlamentarias, y los ladridos cercanos de la JEP, apurarán su alianza con Vargas Lleras?

5 de noviembre de 2017 Por: Gustavo Gómez Córdoba

Un presidente del Centro Democrático haría trizas los acuerdos de paz. Falso. Es el fracaso de la Justicia Especial para la Paz (JEP), diseñada a las carreras y con la torpe estrategia del embudo ancho para las Farc, lo que tiene a la JEP asfixiándose en el fondo de la canoa.

La Corte Penal Internacional (CPI) podría intervenir en Colombia. Falso. Lo que sí debe pasar es que alguien intervenga a la CPI, uno de los tribunales más desprestigiados del mundo. La dejó en ruinas Luis Moreno Ocampo, otrora gurú de los delitos de lesa humanidad convertido en turbio personaje de actuaciones nada éticas, protagonista de millonarios conflictos de intereses y vinculado a denuncias por acoso sexual. Ocampo manipula la CPI a través de Fabricio Guariglia y Fatou Bensouda (a esta última la recibió el fiscal Martínez Neira solo para cuestionarla, pero no logró audiencia con el procurador Carrillo). Corte en ruinas, cuyas decisiones se traducen en ingresos para Ocampo.

Enrique Santiago es un sagaz culebrero. Verdadero. Descansa hoy el sistema jurídico colombiano en la cuestionable sapiencia del abogado Santiago. Aquí, en el platanal caribeño, se le considera máximo jurisconsulto de la paz, cuando en España lo califican de cantamañanas (persona fantasiosa, irresponsable, que no merece crédito). Su tarea es manipular la información del proceso, edificando castillos de mentiras sobre un puñado de datos relativamente ciertos. Los medios encabezan la lista de quienes le hacen reverencias como si estuviera más cerca de Ulpiano que de Pinocho.

El Congreso escucha y acata la voz del Presidente sobre el futuro de la JEP. Falso. Para la inmensa mayoría de los congresistas, el periodo de Juan Manuel Santos ya acabó. Los mandatos, desde la perspectiva de senadores y representantes, terminan cuando ya no hay nada que repartir. Al agotarse la ‘mermelada’, vale más reservar energías para ordeñar al siguiente gobierno. Hasta el todopoderoso César Gaviria está sudando la gota gorda para tratar de mantener el voto de parlamentarios que, sin ‘gasolina’, no se mueven. Acabada la jalea, habrá que recurrir a la vaselina y quizás a la conmoción interior.

Las Farc no han desaparecido. Verdadero. Más allá de las advertencias de algunos actores políticos sobre los lazos que se mantendrían entre los líderes farianos y las disidencias dedicadas al narcotráfico, las Farc existen, al menos nominalmente. Comprensible la molestia del presidente Santos al señalar la torpeza de mantener el ‘cartel’ de Farc para su ejercicio democrático (con genuflexión del Consejo Nacional Electorero). Errores, abundan: ninguno de los antiguos cabecillas ha tenido la delicadeza de abstenerse participar en política hasta estar a paz y salvo con la JEP, su candidato presidencial es un hombre comprometido con delitos de lesa humanidad y una agresiva petulancia en medios presenta a sus integrantes como los intolerantes de marras. La ineptitud como ejercicio político.

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Ultimátum. ¿Sergio Fajardo le ganará el pulso a Claudia López? ¿Correrá Fajardo el riesgo de desinflarse si no logra representación en el Senado? ¿Uribe terminará depositando votos y confianza en Martha Lucía Ramírez? ¿O un buen resultado en las parlamentarias, y los ladridos cercanos de la JEP, apurarán su alianza con Vargas Lleras? ¿Cuántas sanciones más aguantará el candidato Gustavo Petro? ¿Iván Duque tiene más enemigos en el Centro Democrático que en la oposición? ¿Resucitará Cristo?

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