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¿Polos opuestos?

No puede ser que cada vez que un periodista pise callos, termine graduado de vocero de las Farc o admirador de los paras o lobista del establecimiento o relacionista público de funcionarios y candidatos.

21 de mayo de 2017 Por: Gustavo Gómez Córdoba

Cecilia Orozco, directora de Noticias Uno, manifestó públicamente (y con razón) la indignación que le produjeron los peligrosos señalamientos que hizo el senador Álvaro Uribe a uno de los periodistas del noticiero. Uribe, en Twitter, arremetió contra Julián Martínez, a quien llamó vocero de las Farc, aparentemente como respuesta a un informe sobre las tierras del expresidente.

Antes de seguir, quede muy claro que no se pretende aquí una fogosa defensa del periodismo, oficio bastante flojo a la hora de ejercer la autocrítica. Lo digo porque, para hablar apenas del caso de la guerrilla, no sólo hay episodios vergonzosas de trago y rumba en el Caguán, sino que un puñado de colegas cruzó la línea que separa al periodista de la fuente y terminó adelantando cuestionables asesorías de comunicaciones para las Farc (incluso ofreciendo la realización de documentales).

Algunos de esos ‘profesionales’ están mencionados en el computador de alias ‘Raúl Reyes’, con quién sostenían comunicaciones de repugnante familiaridad. ‘Raúl Reyes’, por si alguien lo olvida, fue un personaje al margen de la ley, comprometido con asesinatos, secuestros, extorsiones, robos y narcotráfico. Su computador puede no ser prueba judicial (para tranquilidad de aquellos colegas oblicuos de ética), pero sí testimonio de un vergonzoso ejercicio del oficio.

De vuelta al asunto: no puede ser que cada vez que un periodista pise callos, termine graduado de vocero de las Farc o admirador de los paras o lobista del establecimiento o relacionista público de funcionarios y candidatos. El caso, por supuesto, no es monopolio del uribismo.

Revisen ustedes los trinos canallas de quienes mueven el lodazal de redes de Gustavo Petro y descubrirán que los extremos terminan tocándose. El petrismo virtual madruga a pedir saludos cariñosos desde las regiones, a promover redes de afecto y a subrayar las bondades de una política humana fundada en el amor.

Patrañas. Vomitan odio y resentimiento. Ofenden y calumnian. Tratan de dinamitar la reputación de quienes osan cuestionar a su mesías (hablo de Petro, no de Uribe) y recurren a la difamación de aquellos que no comulguen con sus ideas. El de palafrenero es un oficio respetable, pero hay que ejercerlo con dignidad y decoro. Hambrientos, parecen mascando ‘a dos carrillos’ la honra ajena.

Y repiten las estrategias de aquellos a los que critican: las indecorosas confesiones de Juan Carlos Vélez sobre los ardides a que recurrieron para que la gente votara el No al plebiscito han encontrado reflejo al otro extremo de las apetencias políticas. En el Consejo Nacional Electoral ha dicho Humberto Sierra Porto, apoderado de Enrique Peñalosa, que los comités para la revocatoria del alcalde de Bogotá “están usando motivos falsos para recolectar firmas”.

Revocar a Peñalosa (o a cualquier alcalde) no puede ser fruto de que sea petulante o tome decisiones cuestionables, sino de que no cumpla con su programa de gobierno. Mentir para recoger una firma es manifestación de abierta deshonestidad.

La política es un pozo inagotable de excrementos. Lo sabíamos. Descubrimos ahora, gracias a las redes sociales, que los políticos han logrado que todos terminemos zambulléndonos con ellos en las profundidades de la inmundicia.

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Ultimátum. El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los DDHH titula así un boletín: “Aceptemos la diversidad y protejamos a niñas/os/es”. ¿Podríamos proteger a la gente y, de paso, también al idioma?

Sigue en Twitter @gusgomez1701