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¿Perdón?

No digo que sea imposible perdonar. Digo que es infinitamente difícil y no siempre tan positivo como se nos hace pensar.

5 de mayo de 2019 Por: Gustavo Gómez Córdoba

A propósito del Día Internacional de Conmemoración de las Víctimas del Holocausto, mi hijo de 14 años me abordó, aterrado. Me mostró que alguien había reenviado en Twitter un artículo sobre la manera en que fueron perseguidos, torturados y asesinados los judíos por el régimen nazi. Artículo con imágenes en extremo crudas. “¿Qué clase de persona puede compartir con los demás algo tan cruel?”, me dijo.

Con cariño le expliqué que lo verdaderamente aterrador no era difundir esos artículos, sino tratar de desestimar la verdad, de decorar con eufemismos un asesinato en masa, de permitir que el paso de los años moliera, como hace el mar con lo trozos de botella, el filo de la maldad.

Ese día, puse en redes cuatro fotos de los sobrevivientes de los campos de exterminio. Supongo que muchos navegantes de Internet se molestaron por ver en Instagram, donde todos somos perfectos y felices, cuerpos famélicos y niños envueltos en alambre de púas. Algo imperdonable. Y no es frase de cajón.

Los periodistas tenemos una costumbre exótica que no he entendido jamás: preguntar a los familiares de las víctimas si perdonan al asesino de su padre, al violador de su hermana, al torturador de sus hijos. Tales cuestionamientos, micrófono en mano o frente a una cámara, aprovechan el estado de indefensión de quienes han sufrido. Por no decir que rayan en el mal gusto.

En alguna época estuve convencido de que, frente a situaciones como estas, la fórmula era perdonar y no olvidar. Fácil de aplicar en el escenario de la retórica, no en el de la realidad. El perdón no es el final del camino; incluso en ocasiones contribuye a minimizar la saña de los perpetradores frente a quienes no entienden la dimensión de los crímenes.

No digo que sea imposible perdonar. Digo que es infinitamente difícil y no siempre tan positivo como se nos hace pensar. Y que las víctimas están en el derecho de no olvidar y de impedir que la sociedad lo haga.

Voy más allá en la tarea de evitar que se borren los hechos: tan grave olvidar quiénes fueron los victimarios activos y lo que hicieron, como barrer debajo del tapete la responsabilidad de gobiernos, naciones, iglesias y sectores que, en el caso del Holocausto como en muchos otros, contribuyeron con su pasividad a que la sangre corriera bajo sus narices. Quienes ahora minimizan y desestiman la matanza de los judíos, ejercen una especie de moderna complicidad simbólica, que repugna y entristece.

En español, ‘álgido’ es como suele calificarse a un periodo convulso, candente, pero su segunda acepción en el Diccionario de la Lengua es bien diferente: ‘álgido’ es algo muy frío. Es el mismo idioma en que a la Shoá la llamamos Holocausto, que en su primera acepción es una gran matanza de seres humanos. El otro significado también parece elegir un sendero diferente, pues Holocausto es, además, un acto de abnegación total que se lleva a cabo por amor.

A propósito de la conmemoración de este día anual de recuerdo de los mártires y héroes del Holocausto, en el que acompañé a la comunidad judía en la sinagoga Maguen Ovadia, permítaseme fundir ambas definiciones para decir que el mayor acto de amor por los millones asesinados no solo es recordarlos con cariño, sino recordarles a los demás que no desaparecieron por voluntad propia, que fueron exterminados.

Y que su descanso está ligado a que nosotros no descansemos en la tarea de recordar.

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Ultimátum.
Pobres venezolanos; pobres colombianos. Habitamos la misma fatalidad.

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