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No me siento cómodo en el escenario de los foros y los...

24 de julio de 2016 Por: Gustavo Gómez Córdoba

No me siento cómodo en el escenario de los foros y los debates. Me invitan a muchos, y me disculpo con la verdad por delante: soy un periodista común y corriente, privado del carisma y el conocimiento necesarios para pavimentar el camino de las ideas de un público ávido de sustancia.Es comprensible: la mayoría de los asistentes (o sus empresas) han desembolsado un buen capital para pagar el costo de la convocatoria. El proceso de paz ha disparado el negocio de los foros, que ahora florecen por todas partes, exhibiendo expertos de postín e incluyendo intervenciones de funcionarios que siempre dan noticia.

Si la guerra es un negocio, la paz también lo es. Por no mencionar los recursos que ha invertido el Estado en la palabreja de la socialización, que para algunos no es más que un rimbombante eufemismo de otro eufemismo: mermelada (término acuñado por Juan Carlos Echeverry, hoy ya más dedicado a los hidrocarburos que a los carbohidratos).A foros y debates no voy, repito, pero no soy fundamentalista. Entre otras, porque si no soy enemigo de la paz, mucho menos puedo serlo de los foros por la paz. Tal vez algún día me anime a participar en ellos, sean de paz o de medios o de lo que sea. Y a tomar parte en debates como a los que algunos políticos oportunistas me convocan con una insistencia tal, que parecen pasar de la pasión a la amenaza. Cuando uno invita a un foro o a un debate con agresividad de matoncito de barrio, solo consigue que personas de igual condición atiendan el llamado.

De una cosa sí pueden estar seguros mis anfitriones: no aceptaré invitaciones sobre democratización de medios de comunicación venidas de quienes recibieron la responsabilidad de orientarlos y terminaron convirtiéndolos en megáfono de sus jefes políticos. ¡Pasarse uno toda la vida postulándose y recibiendo premios por la defensa de la libertad de expresión, y terminar usando un medio para hacer política! Qué cosa triste y en contra vía de los caros ideales del periodismo.

De independencia y ética no me sentaré a hablar con aquellos que aprovecharon canales públicos para hacer sus propias campañas políticas y luego favorecieron con contratos a sus patrocinadores económicos. Mucho menos si no han tenido las agallas de explicar a la opinión pública estos arranques de ‘generosidad’, propios de la más ramplona politiquería. O si, combinando el descaro con la prepotencia, aseguran que las cuentas las rinden solo en medios, ordenando en qué programas y horarios se ‘dignarán’ a justificar sus trastadas.

No tengo nada de qué hablar con gerentes mediáticos que se hicieron los de la vista gorda y dejaron que se cometieran atropellos laborales con subalternos de diferente sentir político, generando grotescos episodios de matoneo. Sobre todo, si no hubo ni la más escueta muestra de arrepentimiento o disculpa.Tampoco discuto sobre rectitud y buenas costumbres con aquellos que se han excedido en sus contactos con personajes al margen de la ley, amparándose en las garantías que la sociedad nos da a los periodistas y llenándose los bolsillos con el sufrimiento de las víctimas que dicen defender.

Así que todos ellos, que son varios, ahórrense las convocatorias de vulgar factura en redes, porque cuando quiera reírme con las ocurrencias de payasos iré con mis hijos al circo.***Ultimátum. La nueva cúpula de la Fiscalía no debe ceder en la tarea de que se haga justicia con periodistas que traicionaron la confianza de la sociedad y se dedicaron a servir a la delincuencia.