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Papamanía

El papa Francisco se echó el país al bolsillo. Como en otro sentido lo han hecho los otrora honorables magistrados de las altas y decaídas cortes. Francisco, togado de blanco, paseó su carisma por los predios de los togados de negro, acuciosos mercaderes de otra fe: la pública.

17 de septiembre de 2017 Por: Gustavo Gómez Córdoba

El papa Francisco se echó el país al bolsillo. Como en otro sentido lo han hecho los otrora honorables magistrados de las altas y decaídas cortes. Francisco, togado de blanco, paseó su carisma por los predios de los togados de negro, acuciosos mercaderes de otra fe: la pública.

Colombia se enamoró de Francisco. De su sencillez y desparpajo. De su capacidad para expresarse adecuadamente en todo escenario y en sintonía con diversos públicos. Lejano del discurso acartonado, dio ‘atención personalizada’ a las víctimas, a los devotos, a los desposeídos, a los colombianos del campo y de las urbes, a los jóvenes y a los jerarcas de su credo.

Como cabeza de la Iglesia Católica fue estricto y apretó tuercas a una casta religiosa que debería entender estos reclamos como una alerta vital. Lástima. Lo más probable es que los encumbrados señorones de la fe desaprovechen las lecciones del fenómeno Francisco en Colombia.

Allá en las alturas, donde creen que Dios los puso, engreídos y soberbios, han de creer que están sobrados de lote y que mantienen a la gente comiendo en la palma de la mano. “¿País laico?... ¡ja!”, palabras de un monseñor-candidato que son celestial tañido en los oídos de los obispos.

Pierden de vista algo fundamental: no hay definición clara sobre si la multitud de las calles era de creyentes o de papistas. La Iglesia, acosada por sus propios pecados, no es la institución fuerte de ayer, y apenas si soporta con decoro el peso de sus públicas debilidades.

No salió la gente a vitorear a la Iglesia, sino al carismático Papa. Hay más Papa que Iglesia, de la misma manera en que, como bien decía Álvaro Gómez Hurtado, “en Colombia hay más conservatismo que Partido Conservador”.

Compungido andará José Galat, dinosaurio alevoso que esperaba menos efusividad de la ‘grey’ al encontrarse cara a cara con quien él considera una especie de anticristo del Vaticano. Don José: usted cada vez más lejano de las ostias y más cercano a las ricas obleas José A.

Francisco demostró ser rock star, con resistente teflón frente a las llamas que envuelven y chamuscan a los monseñores, efectivos para la justicia divina, pero desentendidos de la terrenal. Bueno sería que bajaran de las nubes y pusieran en su sitio a los abusadores de menores, en vez de encubrirlos y protegerlos.

Sorpresa grande también para los generadores de opinión y periodistas encopetados, convencidos de que Colombia era como ellos se la imaginaban. A tomar nota, gústenos o no: aunque decepcionados y desestimados, este sigue siendo un país de creyentes. La Iglesia pierde popularidad; Dios, no.

Un consejo más para los figurones, pero de la política (sobre todo para los de centro y centroderecha): no se casen con la idea de que el fervor por Francisco se traducirá en votos durante la gesta que arranca. No están ni tibios.

La única vertiente política que puede reclamar beneficios de la papamanía es el santismo. Y ya se sabe que el santismo no existe. La fe mueve montañas, pero no necesariamente votantes. Otra cosa pensará Viviane Morales. Amén de otros caudillos cuya capacidad de protesta retumba desde la caverna.

***

Ultimátum.
Ese angry bird despelucado en que se ha convertido el presidente Donald Trump exhibe, al amenazar a Colombia, una de sus grandes destrezas: puntería para dispararse en un pie. No sé si alguien con habilidades supremas de traducción pueda susurrarle el equivalente en inglés de una frase muy nuestra que debería entender y aplicar: ¡Calmate, ventarrón! Anímese, embajador Whitaker.

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