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¡Monseñor!

Monseñor: resista la tentación de pasearse por los terrenos minados de la política. Usted y todas las autoridades de fe mucho bien le harían al país si se privan del gustico electoral.

20 de octubre de 2019 Por: Vicky Perea García

No conozco a nadie que haya visto nuestra Acta de Independencia. No al menos el documento original, que se perdió en el incendio de las Galerías Arrubla, en Bogotá, en mayo de 1900. El fuego de la edificación lo provocó su dueño, Emilio Streicher, con la idea de cobrar un suculento seguro. Se quemó el local donde funcionaban las Galerías (hoy está allí la Alcaldía) y todo lo que lo rodeaba. Ardieron los documentos del Archivo Histórico del Concejo, donde reposaba el Acta.

La revisión juiciosa de una de las reproducciones del Acta de Independencia (más neogranadina que colombiana) revela que parte de los firmantes eran personas vinculadas al ejercicio religioso. Nacimos en la cuna de la política, mecida graciosamente por las manos del clero.

Tras el triunfo de la Batalla de Boyacá, y con el ánimo de consolidar la gesta independentista, Francisco de Paula Santander tuvo una brillante (y fatal) idea: pedirles a los sacerdotes que, desde el púlpito, animaran a la gente a mantenerse firmes en la emancipación. Funcionó tan bien, que ya no fue posible controlar a los curas: con emoción siguieron participando en la vida política del país.

Los jóvenes de hoy creen que la Iglesia solo se mete en la cama de la gente o en las vaginas de las mujeres, pero si pasaran un par de horas en una biblioteca (lugar donde los libros son de verdad y no de bytes) descubrirían que el clero puso presidentes y muertos durante décadas.
Si el tema fuera el mundo y no solo Colombia, habría que recomponer la frase: la iglesia ha puesto mandatarios y muertos durante siglos.

En 1994 la Corte Constitucional dijo: “La constitucionalidad de la consagración oficial de Colombia al Sagrado Corazón era plausible durante la vigencia de la anterior Constitución, la cual establecía que la religión católica era la de la Nación y constituía un esencial elemento del orden social. Pero esa consagración oficial vulnera el nuevo ordenamiento constitucional, que establece un Estado laico y pluralista, fundado en el reconocimiento de la plena libertad religiosa y la igualdad entre todas las confesiones religiosas”.

Quedaba claro que ya no era posible pensar en un Estado con preferencias religiosas, y comenzó a cerrarse la puerta que permitía a los sacerdotes ejercer esos poderes terrenales. Esta semana, monseñor Darío de Jesús Monsalve, arzobispo de Cali, aprovechó un acto público sobre la paz para meter un pie y tratar de que no se cierre del todo esa puerta.

Dio cátedra de medios y política, entró a terrenos de las encuestas y pareció manifestar apoyo al candidato Jorge Iván Ospina, comprometido con una serie de diligencias judiciales. Ospina, como informó este diario, “deberá responder en noviembre ante el Juzgado 8 Penal del Circuito de Cali, en una audiencia de acusación, por uno de los cuatro procesos en los que se investiga su actuación cuando fue mandatario de la ciudad”.

Monseñor: resista la tentación de pasearse por los terrenos minados de la política. Usted y todas las autoridades de fe mucho bien le harían al país si se privan del gustico electoral. Y ahora que hay tan buenas relaciones entre los cultos, monseñor, háganos el favor de transmitir el consejo a los fogosos pastores cristianos: han demostrado tanta habilidad para la política, que no se explica cómo no han regresado al seno de la Iglesia Católica.

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Ultimátum.
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