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La más reciente consulta de Corpovisionarios confirmó que el 52 por ciento...

15 de febrero de 2015 Por: Gustavo Gómez Córdoba

La más reciente consulta de Corpovisionarios confirmó que el 52 por ciento de los colombianos sabe poco o nada del proceso de paz. De hecho, durante las horas previas a la revelación de los colaboradores de Antanas Mockus, también quedó claro cómo los colombianos, sospechándolo, a fin de cuentas sabemos poco o nada de la manera en que dineros públicos contribuyen a que se publiciten las bondades de la paz. Llama la atención que se inviertan tan robustos recursos para exponernos los beneficios de no asesinar, no secuestrar, no narcotraficar, no reclutar niños, no sembrar minas y no extorsionar. Descuidémonos y resultará un miembro de la familia Galán con un jugoso contrato cuyo objeto sea convencernos de que el agua moja.Los diálogos requieren de una confidencialidad comprensible, pero los expertos en comunicaciones y publicidad del gobierno sugieren que se necesita, como dicen en Palacio, “socializar” más el proceso (entendido como una proyección abstracta, perdida entre las nubes del idealismo). Coinciden estas asesorías con la orden que se les ha dado a los ministros luego de levantado el veto originado en las andanzas, en bermudas, del general (r) Alzate: ir a todas las regiones a hablar de paz, pero sin hablar de paz. Alabar las gracias del proceso y el buen sabor que tendrá el producto final, aunque sin explicar la manera en que se está horneando. Decir sin decir. Las novedades en materia de mermelada, generosamente ofrecida a medios, periodistas, clanes familiares, fundaciones, corporaciones y generadores de opinión, nos llegaron vía la cuenta de Twitter de Álvaro Uribe -otro experto en untar panes con dulces viscosidades-, a quien hoy se le olvida la miel que dejó correr en sus dos administraciones. Clave sería que sus denuncias fueran presentadas con mesura y equilibrio, y que no nos quedara ese mal sabor de que trina (de la ira), impulsado más por malquerencias personales que por un ánimo de servicio al país. Los miles de millones que el gobierno ha invertido en persuadirnos de que la paz marcha con solidez no han conseguido algo fundamental: probarle a la guerrilla que, una vez firme, el país entero estará sintonizado con el perdón. El clima de polarización que vivimos por cuenta de la encarnizada pelea callejera entre Uribe y Santos no hace sino intranquilizar a los guerrilleros. Si los uribistas no apoyan el proceso, ¿quién les garantiza a farianos y elenos que los acuerdos y ventajas jurídicas que sugiere el fiscal Montealegre les serán no solo satisfechos sino respetados en escenarios como el del Congreso? Desde La Habana, la guerrilla ve una clase política mezquina y revanchista, a la que, como siempre, los réditos individuales les interesan más que el bienestar general. No hay un país político sensato con el que la subversión pueda firmar la paz o al que pueda exigirle más adelante el cumplimiento de la tinta derramada en Cuba. Antes de hacer la paz con ‘Timochenko’, Santos tiene que sellarla con Uribe, Ordóñez y Pastrana. No es una tarea sencilla, pero nadie dijo que acabar con el rentable negocio de la guerra fuera fácil. Fundir en un Sí con mayúscula los intereses, inquietudes, miedos, ambiciones, sueños y debilidades de un país es lo que convierte a un presidente en estadista. Y si el precio es que le den un Nobel, lo pagaremos todos con gusto.Ultimátum: Terminaron hasta las Naciones Unidas aplaudiendo a ‘Timochenko’, autoproclamado defensor y protector de la niñez colombiana. Listo su puesto para el posconflicto: director del Bienestar Familiar Rural.