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Los problemas de Venezuela son de los venezolanos. La suerte de Venezuela es en parte la suerte de Colombia. Su fracaso político y económico tendrá siempre repercusiones sociales y monetarias en un país con el que comparte 2.219 kilómetros de frontera.

25 de abril de 2017 Por: Gustavo Gómez Córdoba

Los problemas de Venezuela son de los venezolanos. La suerte de Venezuela es en parte la suerte de Colombia. Su fracaso político y económico tendrá siempre repercusiones sociales y monetarias en un país con el que comparte 2.219 kilómetros de frontera. En la larga lista de “sapos” que nos hemos tenido que tragar por la paz, puntea el de hacer caso omiso de la tragedia venezolana. Desestimamos las atrocidades de un sistema antidemocrático en aras de contar con Caracas para mediar con la guerrilla. La indiferencia oficial se rompió con el trino de Santos sobre el fracaso de la revolución chavista, mismo que detonó la mezquindad de un Maduro torpe y peligroso. Como bien advierte La República en su editorial del viernes, “la peor economía del mundo es nuestra vecina (…) y si el gobierno no evalúa el escalamiento de esta situación, puede generarse una coyuntura de grave contagio”.

Reunirse con Trump es cosa de apátridas. Bordearon los terrenos del ridículo la Canciller, el Vicepresidente y el Secretario General de Presidencia, dándole trascendencia a un encuentro informal. El secretario Prada, en tono amenazante, incluso dijo que esperaba que en la reunión no se hubiera hablado mal del gobierno. ¿Desde cuándo no se puede cuestionar al gobierno? ¿Qué código contempla el delito de disentir del Ejecutivo? Con todo lo insufrible que sea Trump, ¿está prohibido hablar con él? La nociva polarización, que tanto nos preocupa, no es más que una consecuencia de la libertad de expresión. Solo en las democracias la gente puede darse el lujo de no estar de acuerdo.

Funcionarios ateos desentonan en países católicos. Furioso Alejandro Ordóñez con su tocayo ministro de Salud por haberse reconocido públicamente como ateo respetuoso de las creencias ajenas. Tanto derecho tiene el exprocurador a creer en un ser superior como el ministro a no hacerlo. La fe es un club privado. No son buenos funcionarios los rezanderos, ni malos aquellos que prefieren los libros a las camándulas. Creer en un Estado laico es creer en uno donde quepamos todos, sin monopolios espirituales.

Una buena educación garantiza mejores personas. El paso por los mejores planteles educativos es acaso uno de los muchos ingredientes que contribuyen a formar personas sensatas. La insensibilidad que exhibió la columnista María Antonia García (en Twitter presume de un Ph.D.) luego de la muerte del cantante Martín Elías, solo confirma que la preparación intelectual no necesariamente hace mejores seres humanos. Su infinita petulancia augura que no será la última vez que, en la tarea de mortificar a los demás, apriete la soga que se puso al cuello y la veamos cayendo de la torre en que vive.

Maduro y Peñalosa, dos caras de una misma moneda. En su cuenta de Twitter, donde ejerce con generosa inquina su “política del amor”, Gustavo Petro aseguró que la prensa quiere la revocatoria de Maduro, pero se opone a la de Peñalosa. Y que la razón son los intereses económicos de los dueños de los medios. Aterrice, exalcalde: alguien que pretende ser timonel de un país no puede darse el lujo de dejarse ver en público confundiendo la mierda con la pomada.

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Ultimátum.
A propósito de las armas de las Farc presentadas por el Ministro de Defensa, dijo el tuitero @jorgealejr que Iván Márquez no era más que otra víctima de la inseguridad: “Un honorable ciudadano al que le asaltaron su caleta”.

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