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Haremos la paz al precio que sea. Incluso si el costo es...

15 de marzo de 2015 Por: Gustavo Gómez Córdoba

Haremos la paz al precio que sea. Incluso si el costo es la guerra. A ella estamos acostumbrados. A ella y a ellas: la guerra del Estado y los subversivos, la guerra del narcotráfico, la guerra con las bacrim, la guerra contra los corruptos, la guerra de los uribistas y los no uribistas, la guerra a los carteles de pañales y cuadernos, la guerra del centavo, la guerra por precios justos de los medicamentos, la guerra del matoneo en redes, la guerra de los terratenientes y los indígenas del Cauca, la guerra de los esmeralderos, la guerra de las amenazas anónimas, la guerra que perdieron los magistrados en el campo de la ética... El sastre de la guerra nos viste a todos a la medida.Cuando firmemos para acabar una de tantas guerras, la que libramos con las Farc, los combatientes de esa guerrilla que no deseen acatar a sus líderes tendrán de dónde escoger: podrán fundar sus propias bandas criminales (o sumarse a las que existen) para seguir arrasando los campos, tendrán la posibilidad de dedicarse de lleno al narcotráfico e incluso estarán para ellos abiertas las puertas del ELN, que se vería fortalecido con quienes no creen en las bondades de la democracia.Lo clave es que nadie pagará un día de cárcel. Los asesinos, los secuestradores, los extorsionistas y los narcotraficantes de camuflado se pasearán a sus anchas por el país, en las narices de las familias de las víctimas y sin siquiera el mínimo coco de la extradición rondándolos. Se dedicarán a la política. Y en ejercicio de esa política, no solo se hará el proselitismo tradicional sino que se combinarán todas las formas de lucha, incluidas las presiones y amenazas al elector en los campos. Con o sin asamblea constituyente, el modelo de gobierno con que ha soñado la guerrilla terminará ganado terreno. Entonces, los que tengan con qué, se irán al exterior; los otros, la inmensa mayoría, quedarán a merced de esos vientos de cambio que convertirán a Colombia en una nueva Venezuela. Y al que se queje se le encajará un tiro en la cabeza, de esos que dice Roy Chaderton no producen ruido, así que nadie se dará cuenta.En menos de una década Caracas y La Habana serán un paraíso comparadas con Bogotá, Medellín, Cali o Cartagena. La empresa privada se marchitará, el comercio desaparecerá, la libre opinión agonizará y viviremos todos, con algo de suerte, del petróleo, con los mercados y las tiendas de víveres repletas de nada. No quedará papel higiénico ni para limpiar las gracias escatológicas del gobierno revolucionario. Un detalle positivo: no habrá guerra. No quedará nadie para darla. Qué costoso nos va a salir ese premio Noble de paz.Ultimátum I: Las secciones de indicadores económicos de periódicos y noticieros están en mora de actualizarse. Al dólar, el oro y el crudo hay que sumarle en cuánto se cotiza una revisión de tutela, un fallo teledirigido o ‘tocar’ a un togado. Y cuando se comente el precio de la acción de Ecopetrol, de una vez también cuánto cuesta el alma de un funcionario de la petrolera.Ultimátum II: Los alcaldes de ciudades acosadas por los problemas de movilidad deben tomar ejemplo de Gustavo Petro, quien, con un puñado de máquinas tapa-huecos y la inauguración de carriles exclusivos, tiene a los bogotanos viviendo en la gloria. Será el primer gran presidente del posconflicto, de la nueva Colombia. ¿Qué de cuál nueva Colombia? Tenga la bondad de leer de nuevo esta columna.