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Ganó Petro

Si Petro gana (o pierde para ganar en el futuro), importante sería que no orientara sus energías a la revolución, sino a la transformación.

10 de junio de 2018 Por: Gustavo Gómez Córdoba

Ganó Petro. Es la segunda vez que lo digo. La primera fue en una tertulia de amigos sobre asuntos de actualidad. Dos o tres me abrieron los ojos. Y mucho.

No porque necesariamente fueran a votar por Duque o tuvieran alguna malquerencia hacia Petro. Estaban convencidos de que los votos de Uribe, más los de Duque, más los de la otrora Unidad Nacional, más los del miedo, más el efecto del voto en blanco, hacen de Duque un presidente elegido por las calculadoras.

Lo primero es que el establecimiento, la derecha, los antipetristas y el centrodemouribismo no pueden cantar victoria. Las presidencias se ganan, mientras esto sea una democracia, en las urnas. Así que cualquiera de los dos puede ser presidente.

Si Duque gana, gana; si pierde, pierde. Sin duda una verdad de Perogrullo que florece en los terrenos de la más elemental de las lógicas. No así en el caso de su contendor, porque si Petro gana, gana, pero si pierde, gana. Gana ganando y gana perdiendo.

Si Petro gana, además de convertirse en presidente, con todo lo que eso significa para él, su proyecto (que es él a la enésima potencia del yo) y para la izquierda, podría estar jubilando, por joven que sea, a Duque. La razón: Duque es un tipo capaz, sensato y honesto, pero la fuerza del uribismo gira alrededor de Uribe.

Es claro que eso no significa su muerte política, pero queda planteada la posibilidad de que se convierta en una especie de Óscar Iván Zuluaga II. La suerte bautismal dejaría al Centro Democrático con Iván I e Iván II. Importante, pero no determinante dinastía.

Si Petro pierde, se convertirá en senador y potente voz de la oposición, pero no será el Congreso su plató predilecto. La noche del 17 de junio arrancará su campaña por la presidencia, que tendrá muchos de los elementos que conocimos en el pasado: toma de calles y balcones, no ya de una ciudad, sino de todas, para hacer obsesivo contrapeso al gobierno de Duque. En eso, Petro, inteligente y sagaz, es un maestro.

Como lo ha sido Peñalosa, Duque será un blanco irresistible. Aún moderando la agresividad uribista contra el proceso de paz, la implementación se mueve sobre arenas movedizas y solo le dará dolores de cabeza al Gobierno. Munición para Petro.

Irónicamente, el gobierno de Duque podría (excepto en el ítem de la paz) parecerse a cualquiera de los dos mandatos de Santos. Deberá hacer Duque una súper presidencia, como nadie la ha hecho en medio siglo, para protegerse del implacable látigo petrista.

Así que Petro sería presidente en una semana o en cuatro años. Tiene el tiempo, la edad y la energía que se necesitan. Y un gobierno del establecimiento no haría más que engordarle el voto de opinión para su próxima faena.

En cualquiera de los escenarios, es positivo el espacio que la izquierda ha logrado en terrenos otrora escriturados a las fuerzas políticas tradicionales. Si Petro gana (o pierde para ganar en el futuro), importante sería que no orientara sus energías a la revolución, sino a la transformación.

Tendrá siempre a mano la posibilidad de sembrar y lograr cambios, por duros que fuesen, con el respaldo de amplios sectores. O podrá escucharse a sí mismo y arrasar para refundar sobre las ruinas de medio país que lo odiará como él lo ha odiado siempre. Y seguiríamos en las mismas.

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Ultimátum.
El futuro de la paz no depende del próximo presidente. Depende de las (nuevas) torpezas que puedan cometerse en el caso de la extradición de ‘Jesús Santrich’.

Sigue en Twitter @gusgomez1701