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Fanatismo

Sufrida vida la de los taxistas, trabajadores admirables que se mueven sin descanso en la lucha por mantener a sus familias.

8 de octubre de 2017 Por: Gustavo Gómez Córdoba

Fundamentalismo gremial. Sufrida vida la de los taxistas, trabajadores admirables que se mueven sin descanso en la lucha por mantener a sus familias. Injusto que carguen con el peso de los tributos y descuentos frente a competencias tecnológicas que aprovechan lagunas legales para competirles desde posiciones privilegiadas. Pero todos tienen derecho a existir y nadie puede frenar la tecnología y sus aplicaciones. Triste, eso sí, que la justa defensa de los derechos del taxista la hagan personas como Hugo Ospina, colosal dispensador de veneno. Ospina es el gran animador de las ‘cacerías’ de taxistas a conductores y usuarios de plataformas, y su discurso está al servicio del populismo gremial y del odio. A la actriz Lina Tejeiro, que promocionaba a Cabify, la trató de bandida, delincuente y auspiciadora del narcotráfico. Cuidado con su lengua, don Hugo: ya casi tiene el largo suficiente para asemejarse a una horca.

Fundamentalismo animal. De acuerdo estoy con quienes dan la batalla por los derechos de los animales y el respeto que merecen. Máxime en un mundo en el que las mascotas han llegado a convertirse en parte de la familia. Pero me bajo del bus cuando entramos en terrenos del extremismo, porque sigo pensando que, mediando enorme cariño por otros seres vivos, primero están los humanos. Por mucho que lo queramos, exigir, por ejemplo, el amparo del ‘habeas corpus’ para un perro no es otra cosa que desvirtuar el Derecho y salir del camino para entrar en la jungla. Hablando de selva, contéstese usted esta pregunta: ¿Salvar miles de vidas de seres humanos con una vacuna bien vale el sacrificio de un puñado de primates amazónicos? Independientemente de la respuesta, lo inadmisible desde cualquier óptica es la noticia de que Manuel Élkin Patarroyo y su familia sean víctimas de amenazas. Defendamos los derechos de los animales. Y de la gente.

Fundamentalismo disconforme. Estudiantes y ‘estudiantes’ protagonizaron escenas grotescas en Bogotá, expresando válidas molestias con la cuestionable destrucción de bienes públicos y privados. Algunos manifestantes llegaron al punto de amenazar con armas a quienes les reclamaban por los destrozos. Un admirador de quienes rayando con tintes rayan en el salvajismo, planteaba en redes que arrasar y agredir es la única manera de llamar la atención de los medios y de la opinión pública. Terrible. Esperemos que el día en que tengan algo muy importante que decir, no cometan una barbaridad amparándose en el loable objetivo de ser escuchados.

Fundamentalismo judicial. Injusto señalar a la totalidad de los miembros de las altas cortes como protagonistas de lucrativos actos de corrupción. Muchos han de ser los magistrados honestos, pero a todos, sin excepción, habría que someterlos a procesos de fiscalización para saber qué tienen y cómo lo consiguieron. Discreto rol ha cumplido Asonal Judicial, cuando se sabe de siempre que en tribunales y juzgados se manejan tarifas ‘fijas’ para fallar, proceder o engavetar. No nos vamos a creer el cuento de que los ‘torcidos’ son monopolio de la élite judicial.

Fundamentalismo electoral. ¿El candidato que más duro grite, increpe, señale y ofenda es el mejor y el más honesto? Una cosa es el ruido; otra la música.

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Ultimátum.
A replantear la semana de receso, dolor de cabeza para padres de familia. Eliminen cinco festivos y creen una semana familiar, para padres e hijos. Y en la medida de las posibilidades, seguramente muchos ingresos dejaría a la industria del turismo.

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