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Cargo mi Cruz

Me estoy haciendo cada vez más resistente a Residente y residiendo, en cambio, en palabras como las de Cruz.

28 de julio de 2019 Por: Gustavo Gómez Córdoba

Los cantantes, cantan. Los compositores, componen. Los cantantes que componen, cantan lo que componen. Y, si no componen, buscan quien les escriba. En el mundo de la música popular brillan quienes no se conforman con su rol. Los cantantes, además de cantar, tienen ideas y posturas. Y los compositores, aunque no canten, encuentran la manera de no pasarse la vida firmando obviedades.

Nadie duda de la importancia de las letras, pero sin buena música los cantantes serían declamadores. Hay géneros con profundos desbalances, como el rap, en el que lo que se dice termina siendo más importante que la música, y, por más valioso que sea el producto, tiende a cierta uniformidad que hastía. Un célebre artista (¿urbano?), Residente, reside en sonidos que hacen parecer cada canción un calco de la anterior.

Nadie tiene la fórmula del éxito, pues el efecto depende de factores que, como diría Eduardo Arias, son tan difíciles de predecir como el pronóstico del clima en el trópico. “Quiero tomar tu mano/cuando te toco, siento tanta felicidad dentro de mí/es tal la emoción que, mi amor, no puedo ocultarlo”, es una letra de abismal sencillez. Tanta, que sería muy difícil explicarle a un extraterrestre cómo con esas ligeras palabras cuatro tipos conquistaron al país más poderoso del mundo en 1964.

En ese momento histórico tal vez no hubiera sido muy efectivo aquello de “crecimos, pero pa’ que otro se aproveche/somos un pueblo con dientes de leche/los hijos del trabajo sin merienda/la limonada para el capataz de la hacienda”. Y los tipos como Residente lo saben, pero no lo entienden.

Residente, que alguna vez se llamó René Pérez y fue una de las aceras de Calle 13, canta para decir cosas. Tantas, que uno ya no sabe si hacerle caso. Iván Gallo lo definía en una columna como el “Che Guevara del reggaetón”, un hombre obsesionado con cantar demasiado (tan peligroso como hablar demasiado). Sus tópicos: miseria, tetas, hambruna, economía, guerra, cultura, organismos internacionales, dictaduras, indígenas, anatomía, apocalipsis, sexo… Arjona no duerme pensando en que alguien pueda ser tan prolífico como él en materia de menjurjes sonoros.

Brilla Residente por estos días con sus protestas, por cierto respetables, contra el comportamiento de Ricardo Roselló, el saliente gobernador de Puerto Rico. Eligió magnífico teatro para escenificar sus extravagantes montajes sin riesgo de resbalar: ¿qué causa puede ser más efectiva que pedir la cabeza de un burócrata descomedido, homófobo y sexista?
Prefiero las personas que dicen las cosas sin tanto reflector, con menos fuegos artificiales y eludiendo el efectismo. No comparo sus músicas, ni sus ventas, ni su fama, pero me quedo con gente como Santiago Cruz, que canta lo que siente, con naturalidad y transparencia, y hace lo propio cuando habla.

“En un país como Colombia”, decía Cruz esta semana, “no sé si soy tan valiente. Aquí donde la vida no vale nada y la muerte tiene precio (cada vez más devaluado), y a quien estorba lo eliminan, pues no, no sé si soy tan valiente. En este país de ‘si no estás conmigo estás contra mí’, este país de ‘enemigos’, ¿tengo que levantar la voz contra todo eso? Este maravilloso país da miedo, y yo no sé si soy tan valiente, pero tenemos que serlo”.

Me estoy haciendo cada vez más resistente a Residente y residiendo, en cambio, en palabras como las de Cruz.

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