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El fin de la guerra nos ha dejado tanto tiempo para el ocio, que lo invertimos en tonterías del tamaño del Titanic. La última de ellas, incluir en la agenda del debate nacional el bloqueo en Twitter del expresidente Uribe a Humberto de la Calle.

16 de julio de 2017 Por: Gustavo Gómez Córdoba

El fin de la guerra nos ha dejado tanto tiempo para el ocio, que lo invertimos en tonterías del tamaño del Titanic. La última de ellas, incluir en la agenda del debate nacional el bloqueo en Twitter del expresidente Uribe a Humberto de la Calle.

Lo primero que salta a la vista es que medio país, incluida buena parte de sus generadores de opinión, piensa una cosa pero hace otra: llevan años diciendo que no hay que ‘crecer’ a Uribe poniéndole atención, pero mueve el señor un dedo en la pantalla de su teléfono, ¡y los mueve a todos!

Como hay quienes no usan las redes, habrá que dar un par de datos sobre el bloqueo. Se trata de una posibilidad que Twitter ofrece para que un usuario cese contacto con otro. ¿Es acaso un tipo de censura a la libertad de expresión?

No. Se trata de una herramienta cuya existencia y alcances se aceptan cuando se abre una cuenta. De hecho, es una manera civilizada de evitar confrontaciones y violencia verbal.

La sabiduría popular descubrió hace miles de años que para pelear se necesitan dos, y los creadores de Twitter no hicieron más que adaptar ese sabio principio. Al que no le gusta que lo ofendan en la calle tampoco le place que lo hagan en las redes.

Este ejemplo de la calle es una mera coincidencia que nada tiene que ver con Humberto, a quien Uribe en Twitter le dijo: ¡Calle! El exnegociador en trance de precandidato es un hombre decente y educado, de quien nadie esperaría insultos.

Pero no es menos cierto que las ofensas dependen de la óptica de quien cree recibirlas, y aunque De la Calle ha sido siempre cortés con Uribe, el senador puede sentirse ofendido cuando aquel dice que sus opiniones son “reprochables y dañinas”. Y bloquea. Está en su derecho.

El derecho que no le corresponde es el de acusar de violador de niños a uno de sus más certeros críticos, Daniel Samper Ospina. Grotesco e inadmisible. Como dijera Ricardo Silva Romero sobre Uribe: “Y es lo mínimo que los periodistas lo denuncien por calumnia para que, así el daño ya esté hecho, así los lobos solitarios hayan sido ya notificados, tenga él que ir a la Corte Suprema a pedirles perdón”. Y es que vamos perdiendo la medida de las cosas.

En otras épocas, la posibilidad de tener contacto con periodistas, funcionarios, servidores y demás personajes con algún grado de influencia, era una proeza. Aparte de la lotería de cruzarse en la calle (¡y dele con De la Calle!) con la persona, no quedaba más que hacerle la cacería a través de terceros o escribir una carta con la esperanza de que fuera leída.

Hoy, cualquiera tiene acceso directo a presidentes, ministros, empresarios, políticos, generales o comunicadores. La tecnología brinda esta posibilidad maravillosa que la gente suele no aprovechar. Será cierto aquello de que la tecnología deshumaniza. O, al menos, nos hace tremendamente humanos: nos muestra en pleno ejercicio de todos nuestros defectos.

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Ultimátum. Emocionantes los videos en redes de las jornadas de liberación, en Yurumí, de especies incautadas por las autoridades. Su regreso a la libertad en esta reserva natural de la sociedad civil es reconfortante. Es mucho lo que el país le debe a la familia Umaña Campo, que da la lucha por mantener este paraíso en el Meta.

Sigue en Twitter @gusgomez1701