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Y el narco poder ahí...

Las noticias de esta semana, así como de semanas anteriores, nos recordaron...

7 de julio de 2012 Por: Gustavo Duncan

Las noticias de esta semana, así como de semanas anteriores, nos recordaron a los colombianos un asunto que era evidente: el narcotráfico no se había debilitado a pesar de los avances en seguridad, mucho menos se había convertido en un problema marginal luego del auge de los carteles mexicanos. Muchas mentiras que se vendieron como dogmas durante la última década han sido desvirtuadas por la contundencia de los hechos.Quizá la más cruda de estas mentiras sea que la culpa de no haber acabado con el problema de las drogas se debía a la corrupción de los militares venezolanos. De seguro el régimen de Chávez brinda refugio a las Farc y la corrupción de sus fuerzas de seguridad permite a nuestros narcotraficantes disponer de prósperas rutas para traficar drogas. Sin embargo, ni las Farc ni el narcotráfico deben su existencia a Venezuela. El caso Santoyo y las revelaciones del diario de Chupeta demostraron que el cartel de los soles no era sólo un patrimonio de los narcos en Venezuela. ¡Ni más ni menos que un general reencauchado por un presidente está hoy en una corte de EE.UU. y 16 generales de la Policía y el Ejército aparecen en la nómina de un narco!Y no es extraño que sea así. Varios hechos no cuadraban en las denuncias. A simple vista era contradictorio que se responsabilizara a Chávez de permitir la salida de la mayor parte de la cocaína colombiana cuando en los mismos informes se advertía que las principales rutas partían del Pacífico por vía marina. ¿Cruzaban el canal de Panamá o la Patagonia para llevar a Venezuela los cargamentos? Era obvio que existía un interés deliberado en desviar la atención fuera de las fronteras.Algo similar ha ocurrido con México. El mismo general Naranjo llegó a afirmar que la violencia en las ciudades colombianas se debía a que el control adquirido por los narcos mexicanos había llevado a los narcos colombianos a disputar las migajas del negocio, es decir el microtráfico. Nada más contraevidente. Aún suponiendo que los mexicanos pagaran ‘precios leoninos’ por kilo de cocaína, como sostuvo algún analista, un simple ejercicio aritmético mostraba que incluso a ese precio la cantidad de droga demandada en el exterior hacía ridícula la lucha por el mercado local. En realidad la guerra por el microtráfico respondía a otras dinámicas relacionadas con el control de los aparatos sicariales de las ciudades que, entre otras cosas, eran vitales para el dominio sobre las rentas provenientes del tráfico internacional de drogas, esas sí las grandes rentas del negocio. ¿Qué se ha buscado entonces con toda esta desinformación sobre el negocio? Difícil saberlo pero las noticias recientes dan lugar a una vieja sospecha. La de una corrupción sistemática que ha permitido a los narcos hacerse pasar por muertos cuando en realidad andaban de parranda como alias ‘Fritanga’ o pagando a miembros del Ejército para que les movieran 603 kilos de cocaína. Más aún, el trasfondo de la pelea entre Uribe y Vargas Lleras, una pelea que marca el futuro próximo de la política colombiana, son acusaciones de vínculos con narcotraficantes en que ambas partes parecen tener razón en sus denuncias.En vez de buscar las culpas en países vecinos, ¿no va siendo hora ya de reconocer que el problema yace en nuestras mismas estructuras de poder que se adecuaron a las necesidades de protección del narcotráfico?