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El episodio del presidente de Ecopetrol Juan Carlos Echeverry y del profesor...

23 de abril de 2016 Por: Gustavo Duncan

El episodio del presidente de Ecopetrol Juan Carlos Echeverry y del profesor Óscar Vanegas es un pequeño retrato de las gentes que deciden sobre los asuntos públicos del país. También es el retrato en miniatura de cómo la resolución de sus diferencias y de los intereses en juego lleva a que las políticas y las obras se materialicen a enormes costos y con numerosas variaciones a su propósito inicial. A veces es peor, las diferencias e intereses en juego son tan intensos que impiden que las políticas y las obras ocurran. Echeverry es un tecnócrata del centro, muy bien conectado socialmente y con todos los méritos en formación y en integridad ética, pero esos no son atributos suficientes para manejar las fuerzas que participan en el debate político. Sin ese manejo no es posible que sus ideas, por más brillantes que sean, puedan llevarse a cabo. Vanegas, por su parte, es un profesor que ha hecho su carrera en universidades de provincia, muy ligado a causas sindicales y sociales. Menospreciar a un contradictor con la idea que sus argumentos son más absurdos que las abducciones extraterrestres es en el fondo una salida desesperada cuyo efecto no fue desnudar la estupidez de Vanegas sino la arrogancia de Echeverry. Una arrogancia muy probablemente inconsciente pero diciente de cómo los tecnócratas desde Bogotá menosprecian a su contraparte en las regiones y en el otro lado del espectro político. La reacción de Vanegas y del sector que lo llevó al debate, mucho más curtidos en esa arena, fue lógicamente la de aprovechar la ventaja que dio Echeverry. Ahora la discusión no es si es posible extraer petróleo en La Macarena sin causar daño ambiental, ni cuáles son los costos económicos que deberá afrontar la sociedad por renunciar a estos recursos, sino si el presidente de Ecopetrol tiene las cualidades humanas para ocupar ese cargo. Es decir, el país se va a quedar sin los recursos tan necesarios hoy de la extracción petrolera porque uno de sus más brillantes tecnócratas fue incapaz de sortear a un experto que según La Silla Vacía: “sus teorías no tienen mucha credibilidad en el gremio de los petroleros […]. Dos fuentes dijeron que sus exposiciones son reconocidas por ser imprecisas, y otra fuente señaló que Vanegas tiene más fama de activista que de técnico.” El retrato ampliado de esta realidad de la política nacional lo ofrece otra salida de Echeverry cuando era ministro de Hacienda y habló de la ‘mermelada’. La expresión hizo carrera y ahora es la forma más común de aludir a la repartición de recursos desde el gobierno central para obtener la aprobación de su agenda política en el legislativo por los distintos partidos. En otras palabras, es la tajada del presupuesto público que paga el Ejecutivo para poder gobernar. El problema es que el retrato de la mermelada no corresponde solo a los apetitos presupuestales de la clase política poco educada y sin mayores escrúpulos de provincia. Está comprometida la clase política de Bogotá que, aunque aparenta una pulcritud y formación académica como la de Echeverry, es tan voraz como su contraparte de provincia con la diferencia que tiene el poder suficiente para quedarse con la tajada más jugosa. Ellos sí saben cómo sortear en la arena política los intereses de los villanos de siempre en las regiones para sacar adelante su agenda. Allí están sus retratos en campaña junto a los Kikos, Musas y Ciros.