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El lenguaje de los días pasados entre las Farc y el gobierno...

5 de octubre de 2013 Por: Gustavo Duncan

El lenguaje de los días pasados entre las Farc y el gobierno anuncian que el proceso de paz está pasando por un momento crítico. No puede decirse que sea un enfermo terminal pero si no hay cambios sustanciales lo más probable es que muera.Es obvio que las Farc tienen gran parte de la culpa del estancamiento. La retórica de los guerrilleros y sus declaraciones son infortunadas, eso sin mencionar su propensión a salirse de la agenda pactada y a alargar cualquier discusión. Como si eso no fuera suficiente el paro campesino le dio alas a la idea que el país se encuentra en etapa preinsurreccional. Por lo que la lista de las demandas en la mesa hay que replantearla y elevar las apuestas.Nada más lejos de la realidad que una situación preinsurreccional. Es cierto que con los paros la guerrilla logró ampliar su capacidad de movilización de los 60.000 que reunieron alguna vez en plaza de Bolívar, pero en el mismo momento en que nuevos sectores se sumaron a la protesta su control sobre la movilización se diluyó. ¿Acaso los camioneros, paperos y demás que salieron a bloquear las vías lo hicieron para que ‘Timochenko’ fuera jefe de estado?Pero el gobierno también tiene una dosis enorme de responsabilidad. La actitud con que afronta los diálogos es perversa para el proceso. Santos siente que le está haciendo un favor a la guerrilla al negociar con ella, no que tiene que convencer a la sociedad de realizar una serie de concesiones para terminar un conflicto. Gabriel Silva, su escudero editorial en El Tiempo, resumió esta actitud en su última columna al comparar la situación con la del buen marido que su esposa lo ‘friega’ tanto que la abandona.Si la idea es amenazar con romper el proceso no hay peor lenguaje para provocar al adversario. Y lo que es más grave, este es precisamente el lenguaje que le conviene a las Farc para empantanar los diálogos. El resultado son retaliaciones pendencieras que obligan al gobierno a cuestionar su propio proceso.El error estuvo desde un inicio cuando Santos no le supo explicar al país la dinámica de las conversaciones. Se trata de un proceso en medio de la guerra, en que en el territorio colombiano los enfrentamientos son legítimos. Las reglas del juego implican que el país debe aceptar las muertes de soldados, policías y civiles sin que afecten las negociaciones.Santos ha hecho muy poco para que la sociedad entienda este punto básico. En vez de defender el proceso y de establecer distancias entre lo que pasa en Colombia y lo que pasa en La Habana sale a cuestionar la verdadera voluntad de paz de las Farc y les reclama por traicionar su generosidad. Nada peor para deslegitimar las negociaciones de paz y de paso su imagen para la reelección. El mensaje es que las Farc, como en el Caguán, han vuelto a engañar al país y que Santos es el Pastrana de La Habana.Los márgenes de maniobra del gobierno se agotan. Si en un principio la sociedad era escéptica con las Farc cada día que pasa sin avances apreciables la desconfianza aumenta. Por eso era de suponer que las partes ya habían adelantado unos puntos de aproximación lo suficientemente cercanos para que Santos se arriesgara a apostar por un proceso. Solo si había seguridad absoluta que la paz se firmaba en cuestión de meses valía la pena el riesgo. Sin embargo no fue así. Los últimos sucesos nos muestran que el gobierno apostó prematuramente.