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La paz con Uribe

A lo largo de su carrera, hasta los momentos finales de su...

26 de septiembre de 2015 Por: Gustavo Duncan

A lo largo de su carrera, hasta los momentos finales de su presidencia, Álvaro Uribe se caracterizó por ser un político pragmático que anteponía lo razonable y lo conveniente a los dogmas y convicciones extremas.La propia negociación con los paramilitares es una demostración de este pragmatismo. A pesar de todos los problemas, incumplimientos y el margen de impunidad, Uribe fue capaz de mantener un proceso que tuvo como feroz crítico a un sector importante de la sociedad civil. Los resultados finales, no solo como consecuencia de la gestión de Uribe sino de la misma presión a veces inconsecuente de la sociedad civil, fueron positivos. El paramilitarismo hoy está reducido a organizaciones dedicadas a la explotación de economías criminales y al control social de espacios periféricos. Igual de importante fue que el proceso condujo al destape de las relaciones de la clase política con la ilegalidad.El pragmatismo de Uribe antepuso la necesidad de desmontar una máquina de guerra que causaba la mitad de las víctimas civiles a la aplicación de una justicia transicional perfecta. De no haber sido así, y se hubieran impuesto las voces que clamaban unas condiciones inviables para la desmovilización paramilitar, el país estaría lamentando hoy varios miles de muertos.Por eso, es tan inconveniente ahora el abandono del pragmatismo político. La adopción de una postura radical por Uribe, sobre la base además de un extremismo que tiene más de las prevenciones y de los prejuicios de elites regionales que de una verdadera elaboración ideológica de derecha, puede causar mucho daño en estos momentos.Quiérase o no, la paz en Colombia pasa por la aceptación de Uribe. Él representa medio país que siente un profundo rechazo a las Farc. Pero ese medio país es mucho más que la posición radical de los Fernando Londoño, Plinio Apuleyo y el procurador Ordóñez. Es mucha gente que a pesar de su rechazo a las Farc está dispuesta a aceptar el proceso tal como está concebido, a apostar por terminar de darle forma a los acuerdos y a influir sobre su implementación a futuro.Los canales para participar e influir están dispuestos por la propia democracia. Es probable incluso que un candidato del uribismo, o que negocie el respaldo de Uribe, sea el sucesor de Santos y sea responsable de materializar los acuerdos. Las preocupaciones del uribismo, que sobra decir son válidas, en temas como los costos fiscales del postconflicto o que la izquierda en caso de ganar la presidencia proceda a derrumbar las libertades e instituciones básicas de la democracia, pueden ser tramitadas dentro de los términos del actual acuerdo.Existen riesgos pero no es cierto que lo firmado hasta ahora sea una claudicación y el camino esté despejado para que los extremistas de izquierda instauren un régimen a imagen y semejanza de Cuba o Venezuela. No puede confundirse la claudicación de la sociedad con pedir cosas imposibles como que los guerrilleros sean extraditados o que pierdan todos sus derechos políticos.Sea como fuere, es indispensable que Santos firme la paz con Uribe para que el proceso se legitime a largo plazo. Si no, ¿qué garantías de cumplimiento tendrían las Farc si el uribismo regresa al poder? Y eso solo es posible si renace el carácter pragmático de Uribe. De otro modo Santos solo podrá contentar a Uribe haciendo exigencias que se sabe que las Farc no podrán aceptar.