El pais
SUSCRÍBETE

Inicio

Artículo

La fuga del siglo

Un arnés que Aída Merlano no supo utilizar muy bien, un odontólogo y unos familiares alcahuetas y un motociclista disfrazado de Rappi fueron suficientes para la fuga del siglo.

4 de octubre de 2019 Por: Vicky Perea García

En Colombia cada tanto ocurren cosas que nos recuerdan el país que somos. Una excongresista condenada a 15 años por corrupción electoral y tenencia ilegal de armas se fuga en un episodio de comedia digno de las truculentas películas de Alex de la Iglesia si se quiere concederle una dosis de seriedad, o digno de las persecuciones de Benny Hill si se quiere ver la realidad sin tantos adornos.

No de otra forma se puede calificar una fuga planeada de la manera más chapucera posible y que al final hubiera salido exitosa. Pese al perfil de la prisionera no fue necesario una gran conspiración o un gran soborno.
Bastó arreglar una salida odontológica, por razones puramente estéticas, para embolatar a la única guardia del Inpec que la acompañaba. Los permisos para tratamientos médicos en el sistema penitenciario colombiano son asuntos corrientes si se tiene dinero y conexiones.

Tampoco fue necesario un gran plan y una infraestructura de escape. Un arnés que Aída Merlano no supo utilizar muy bien, -todos los que vieron el video enseguida se imaginaron el morado en la nalga apenas tocó el suelo en su caída libre-, un odontólogo y unos familiares alcahuetas y un motociclista disfrazado de Rappi fueron suficientes para la fuga del siglo.

Hasta allí lo cómico. Lo absurdo de la decisión de fugarse recuerda que detrás hay un drama muy propio de la forma tan desigual cómo la clase política asume las culpas y los castigos por una situación de corrupción generalizada. Aída fue condenada por un delito del que se benefició ella, pero se sabe que también una serie de políticos más poderosos. Eran los principales clientes de su fábrica de votos.

Como es usual, debe ser ella, por ser parte del escalón medio y bajo en la cadena alimenticia de la clase política, la que debe afrontar la Justicia. Es más, no tendría nada de raro que su caso haya sido producto de la presión de políticos más poderosos ante la Justicia para frenar su ascenso electoral. Aída se les estaba convirtiendo en un competidor indeseable porque aspiraba a un espacio de poder que no le correspondía.

Como haya sido, le tocaba asumir un papel similar al que han jugado personajes como Ñoño Elías, Roberto Prieto, Alberto Giraldo, Diego Palacios, etc. Pagan su tiempo en cárcel, en condiciones muy cómodas en comparación con otros presos y asumen los costos de su futuro político en gracia al poder y a los privilegios que disfrutaron en el pasado, sin denunciar en lo posible a cómplices más poderosos que podrían hundirlos aún más por influencia en la Justicia.

No se trata de un problema de género. Gina Parodi y Cecilia Álvarez son mujeres y lesbianas y han podido pasar por alto la Justicia en el caso Odebrecht. Se trata más de un asunto de clases. Simplemente hay un nivel de poder político que garantiza inmunidad. Parte de ese poder son los contactos sociales. Mientras Parodi y Álvarez lo tienen y están libres, Aída no y tiene que resignarse a cumplir su pena.

Pero la ansiedad impidió que aceptara su destino. Quizá la humillación de verse reducida a una posición secundaria en la política del Atlántico o quizá su sicopatología, la llevaron a planear una fuga contra toda racionalidad. Ahora deberá vivir permanentemente como fugitiva, difícilmente podrá hacer política desde la clandestinidad y su hija deberá afrontar a la Justicia por ayudarle.

De seguro, más temprano que tarde será recapturada.

Sigue en Twitter @gusduncan