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Fabricando al enemigo

En realidad, lo único que creo pueda decirse de los radicales de derecha e izquierda con certeza es que son intolerantes. Sus maneras privadas, creo, son más variadas y alejadas de los lugares comunes que suelen...

12 de julio de 2019 Por: Gustavo Duncan

Una prolífica tuitera, columnista de un portal de Internet y excandidata al senado por el Centro Democrático, Ana María Abello, trinó lo siguiente: “Me cuentan que @gusduncan columnista de @6AMCaracol que dirige @gusgomez1701 dijo hoy que si muerden, escupen y hacen mala cara es la forma de reconocer a un uribista en la calle.” @gusduncan soy yo en Twitter.

Me sentí ofendido no solo porque era mentira lo que Abello decía, nunca he dicho eso, sino porque iba a quedar la imagen de ser alguien que asume a las demás personas sobre la base de prejuicios y estereotipos. Es todo lo opuesto a la manera como creo que piensan y actúan los seguidores de una figura política o de un lineamiento ideológico.

Es cierto que hay uribistas purasangre de extrema derecha, quienes están en contra del matrimonio homosexual y el aborto y, eventualmente, estarían a favor de un régimen autoritario, pero definitivamente no van por la calle mordiendo, escupiendo y haciendo mala cara a los transeúntes. Más aún, quienes respaldarían un gobierno autoritario son los menos, alrededor del 5% de acuerdo a encuestas realizadas por un colega.

En la izquierda es igual. Hay radicales que quieren imponer formas incluyentes de hablar, meterse en las costumbres y valores de los demás y, cómo no, también respaldarían un gobierno autoritario (un 6% de acuerdo, un punto por encima de los de derecha, al mismo colega). De ellos tampoco creo que pueda hacerse una caricatura de gente greñuda, enemiga del baño diario y con hábitos sexuales desordenados.

En realidad, lo único que creo pueda decirse de los radicales de derecha e izquierda con certeza es que son intolerantes. Sus maneras privadas, creo, son más variadas y alejadas de los lugares comunes que suelen atribuirse. Afortunadamente son pocos en relación al grueso de la sociedad, así hagan mucho ruido. Y, por eso, lo valioso desde el punto de vista de la formación de opinión es la identificación de aquellos matices de la sociedad que afectan en términos gruesos las posiciones de la clase política que aspira a representarlos y gobernarlos. Nada que ver con la fabricación de caricaturas de uno u otro sector político.

La ironía es que activistas como Abello necesitan precisamente de la fabricación de una caricatura del opositor para cimentar la pasión con la que los radicales asumen política. No importa que su versión del otro tergiverse de la realidad o al menos no sea muy precisa. Lo importante es unirse en torno al odio y al agravio recibido.

Luego de exigirle públicamente que rectificara, Abello accedió: “Corrijo, me dicen que fue Carlos Esteban Mejía”. No hubo ni una disculpa, ni explicación del error, ni un mensaje interno. Pero eso es lo de menos. Lo inaudito viene después de corregir en el mismo trino: “Pero aquí lo realmente preocupante, no es quién fue, sino el matoneo, la agresividad, el odio y la bronca con que tratan al uribismo desde un medio”.

Es decir, acusar a un formador de opinión de estar lleno de prejuicios y de sesgos contra un sector político a la hora de hacer sus análisis, es irrelevante. La calumnia está justificada en nombre de la fabricación de un enemigo que una en torno a una causa política.

Mientras estos sectores sean minoritarios en la izquierda y en la derecha no hay problema. Lo preocupante es cuando en una coyuntura se convierten en una mayoría temporal con posibilidades de poder.

Sigue en Twitter @gusduncan