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Las salidas del Alcalde de Cartagena lo hacen parecer una parodia de...

6 de octubre de 2012 Por: Gustavo Duncan

Las salidas del Alcalde de Cartagena lo hacen parecer una parodia de algún gobernante de una república ‘banana’. Hasta hace poco uno podía reírse porque todavía no estaba presente el drama humano del personaje ni el colapso administrativo de una ciudad de casi millón y medio de habitantes. La incapacidad de Campo Elías como gobernante, ya de por si era notoria antes de la enfermedad, la resaltaba además la rapiña de una clase política acostumbrada a apropiarse de la mínima oportunidad presupuestal. Ante la crisis inminente esta clase política se ha sumergido en una competencia feroz por arrancar el bocado más grande antes de que Campo deje su cargo.La tragicomedia de Campo Elías podría parecer un caso más de la ola de corrupción que envuelve las administraciones locales. Sin embargo, tiene un aspecto distinto a la mayoría de escándalos recientes. Un aspecto por lo demás que ha sido dejado al margen por la espectacularidad mediática de los dineros del narcotráfico y la violencia de los paramilitares. Si alguna enseñanza deja el caso de Campo Elías es que los problemas del gobierno de lo público en lo local no son una consecuencia simple y directa de la mafia. Puede ser cierto que el boom del narcotráfico catalizó un problema pero el problema ya existía. Venía de tiempo atrás y de todos modos hubiera hecho parte fundamental del sistema político del país.La incompetencia y la corrupción son atributo intrínseco de muchas de las administraciones municipales del país y ocurren con o sin la interferencia de mafias. No es de sorprender que muchos columnistas se refieran al oficio del político como una mafia en sí misma. El caso particular de Campo Elías, por ejemplo, no está rodeado de escándalos por vínculos con alguna mafia o con alguna empresaria del chance. Las casas políticas que hoy se disputan a mordisco limpio el presupuesto público de Cartagena hacen parte de la politiquería tradicional, no de mafias narcotraficantes.Campo Elías no es el único ejemplo. El caso de Samuel Moreno es similar. Quienes se aprovecharon de la deshonestidad y la incompetencia del exalcalde de Bogotá no eran parte de una mafia en el sentido estricto del término. Los Nule se hicieron a los contratos a punta de sobornos sin necesidad de amenazar a nadie ni de lavar plata de narcotraficantes. Quizá si hubieran lavado todavía estarían contratando con el Estado.Sin duda el narcotráfico es un problema político de primer orden. Los mecanismos de acceso al poder y la estructura de intereses de la sociedad han sido redefinidos a fondo por una actividad criminal. Pero lo dramático de la situación no puede llevar a desconocer las raíces de otros problemas específicos del sistema político. Campo Elías y Samuel Moreno demuestran que el problema real de la administración pública local son las empresas especializadas en la producción de votos. La lógica de estas empresas consiste en transformar el valor presente de sus votos en nombramientos y contratos futuros en la administración pública. Nada distinto a quien invierte en una bolsa donde lo que está en juego es el valor de las acciones de corrupción. En los municipios de Colombia a falta de Wall Street está la democracia local para invertir. La mafia lo único que hace es disparar el valor de las acciones porque dispone de armas y de más recursos que nadie para participar en el juego.