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La histeria electoral

Petro dirigió su campaña hacia lo popular, llenar plazas, donde no cuentan los planteamientos, eso es aburridísimo, sino las arengas.

23 de enero de 2022 Por:

Por un momento la campaña presidencial parecía encausada hacia una discusión sobre experiencia, gestión, capacidad de resolver los problemas reales de la gente y propuestas sobre cómo hacerlo; es decir con qué plata, qué mecanismos, cuáles normas y por medio de qué entidades. Estas son las cosas que debe saber quien sea elegido en junio.

Si sabe, su gobierno podrá producir resultados positivos. Si no sabe, improvisará y dirá que todo es culpa del gobierno anterior y que una conspiración de la oposición y financiada por la fuente oscura del caso ha impedido gobernar, porque quieren socavar la democracia o el socialismo, lo que sea.

Si en una campaña se comparan experiencias, conocimientos y competencias, el paso estará en lo que se ha hecho desde un gobierno anterior, nacional o local. Explicarlo en términos inteligibles y verosímiles tiende a ser igualmente valioso. Lo verosímil además estará ligado a los problemas verdaderos de la gente común.

Pero la campaña dio un viraje a finales del año pasado, cuando a Gustavo Petro se le sumó en la punta de las encuestas Rodolfo Hernández. Petro dirigió su campaña hacia lo popular, llenar plazas, donde no cuentan los planteamientos, eso es aburridísimo, sino las arengas.

Su estrategia es demostrar capacidad de movilización que debe resultar de algún tipo de organización de base bastante eficiente. Los políticos profesionales cuando ven una plaza llena saben lo que eso significa.
Petro tiene su discurso, en algunas cosas no muy consistente o verosímil, pero responde a una visión y podríamos decir que todavía hay algo de ideología.

Hernández no llena plazas, pero difunde vergajazos de forma muy eficaz y es lo único que se le oye. Es muy ruidoso, pero nadie lo ve seriamente.
Hasta ahora en Colombia las presidenciales se han definido entre personas con algo de discurso de fondo y una experiencia que puede ser buena o mala, pero algo que se puede comparar, no solo con gritos e insultos. Las campañas basadas en lanzar madrazos han alcanzado para una alcaldía en Bucaramanga, o inclusive en Bogotá, pero no para presidenciales. Acá aún no han prosperado políticamente figuras como Rodrigo Duterte, Jair Bolsonaro, Ollanta Humala o Nicolás Maduro.
Hasta ahora hemos sido más serios que eso.

Cierto que ha habido elecciones que se han basado en antipropaganda: en el referendo por la paz básicamente la campaña fue, de un lado, acusar al otro de sembrar temor entre los electores para impedir la paz y continuar la guerra y, del otro decir que se estaba entregando el país a la guerrilla. Igual fue la consulta anticorrupción, básicamente una campaña de malos y buenos. Sin importar quién gane, el punto es que el escenario se lo tomó el discurso efectista, virulento y agresivo basado en etiquetar al contrario, diluyendo debates de fondo interesantes que había en ambas campañas.

El tono reciente de la campaña no es sano, porque el país demanda soluciones a problemas reales como seguridad, empleo y educación.
Pero se está imponiendo la histeria y el ataque personal: que asesino, que terrorista, que corrupto, que vergajo.

Ojalá el rumbo se corrija y a segunda vuelta lleguen candidatos que se puedan comparar por experiencia y propuestas que permitan ver si saben de qué hablan o cómo les fue gobernando en el pasado y que la campaña se oriente hacia quién entiende mejor, tiene más capacidad para resolver los problemas reales de la gente y sus propuestas son verosímiles, para no votar como Vargas Llosa en 2011: “sin alegría y con muchos temores”.

AHORA EN Guillermo Puyana Ramos