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¿Lo educó un machista?

A los ejércitos no se los entrena con guerra de almohadas, precisó un tuitero, justificando que a los hombres se los adiestra para la guerra ‘a las patadas’, o si lo quiere con otras palabras, a lo ‘puro macho’.

10 de junio de 2019 Por: Gloria H.

A los ejércitos no se los entrena con guerra de almohadas, precisó un tuitero, justificando que a los hombres se los adiestra para la guerra ‘a las patadas’, o si lo quiere con otras palabras, a lo ‘puro macho’. Es decir, a las malas, con zurriagos y humillaciones, con sufrimiento y dolor. Tratando de doblegar la personalidad, las creencias o la voluntad, lo importante es el sometimiento a la ley del mas fuerte que para algunos es sinónimo de la ley del orden y la disciplina. Es la cultura de la violencia, del patriarcado, del control excesivo sobre la vida de otros. Estos hombres no pueden llorar, ni asustarse, ni protestar. Mucho menos arrepentirse, pedir perdón o mostrar debilidad. La cultura patriarcal no perdona esas flaquezas… Hay que educarlos ‘así’ para que den resultados. ¿Cuáles?

Entonces, celebraremos otra vez el día del padre. En muchos hogares, ese hombre padre tendrá licencia para tomarse todos los tragos que quiera y tratar a su familia como le venga en gana. A la hora del almuerzo o a la comida, en el ‘santuario’ del hogar, este hombre padre abusará de su poder y humillará como le provoque. No se necesita un parque ni un espacio público para que un niño o una niña o una mujer sometida, presencie los vejámenes más dolorosos, claro, ‘a nombre del amor’, a nombre de la unión familiar.

Por algo se ha detectado que el lugar más peligroso para la mujer, el niño o la niña, está en la intimidad del hogar. Pero nos desgarramos las vestiduras al no aceptar que el peligro mayor de ‘contagio’ de malas conductas no se da en los espacios públicos, ni en los parques o calles de una ciudad. ¿Existe acaso ‘policía’ que revise la intimidad familiar? El trago que se consume en una casa, en el sagrado hogar, no pertenece a ninguna estadística pero en la historia de cientos de personas está el recuerdo lacerante del abuso del poder, del macho alcoholizado, haciendo de las suyas.

Hay que mirar los parques y fijar la mirada en la calle para de pronto evadir el terror de las casas. ¿Acaso la sociedad que tenemos, la de la intolerancia a posiciones diversas, la del rechazo total a la pluralidad, la de la discriminación, la de la censura a sexualidades diferentes, se forma en los parques y espacios públicos? ¿Usted cree que es la calle la que educa?

“A la hora de la comida papá prohibía que se hablara”. “Mi mamá nos pidió nunca contradecirlo para evitar conflictos”. “Vi cómo la arrastraba, cogida del pelo, la metía en la habitación, la insultaba mientras ella intentaba cantar para tranquilizarnos”. Frases nacidas de historias ‘no registradas’ en ninguna estadística. Abrir el alma de los niños y niñas y escuchar su miedo a la figura paterna que educó al estilo de los ejércitos: no llore, no se doblegue, no ‘sea niña’, sería un ejercicio interesante para tratar de entender de dónde surge esta violencia soterrada que alimenta a nuestra sociedad. Aceptando que la violencia silenciosa y agazapada de los ancestros hoy se llama enfermedad mental y nos toca vivir entre violentos y enfermos mentales, fabricados en el seno del hogar.

Mirar para la calle es una manera perversa de evadir el problema. De pronto hasta razón tendrán: si miramos para el parque ‘olvidamos’ la verdadera causa de la problemática. No lo olvide, el peligro está en el parque…

Sigue en Twitter @revolturas

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