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La Selección

Tuve la fortuna de ver el partido Colombia-Chile en compañía de un...

14 de octubre de 2013 Por: Germán Patiño

Tuve la fortuna de ver el partido Colombia-Chile en compañía de un grupo de amigos chilenos. Como era de esperarse, sufrí y gocé mucho.Me gustan el fútbol y en general las competencias deportivas porque sin un drama vivo, sin libretos, donde casi cualquier cosa puede suceder. Nos demuestran, paso a paso, que la vida es, en muchas ocasiones, más sorprendente que la propia literatura.Así fue el viernes por la noche. Se presagiaba un gran partido, de toma y dame, entre dos selecciones que habían protagonizado grandes partidos y que habían demostrado que podían jugar al fútbol muy bien. No fue así. En el primer tiempo hubo un solo equipo en la cancha, Chile, la selección que está jugando el mejor fútbol en el tramo final de la eliminatoria.Colombia volvió al juego intrascendente del pasado, lenta, tratando de hacer 2 y 3 toques, incapaz de hacer 3 pases seguidos y perdiendo todos los duelos personales. Los jugadores parecían cansados o enfermos. Mientras Chile volaba, juagaba a su antojo con mucha precisión y Arturo Vidal se adueñaba de la cancha y del partido. Qué mal se vieron Perea y Yepes, también Medina, tratando de detener a Vargas y Alexis Sánchez. Sólo les quedó el recurso artero de la falta, el juego sucio.Y los chilenos celebraban: “Los vamos a golear colombiano”, me decían en medio de carcajadas. Aunque sé que se trata de un juego y nada más, sentí alguna molestia nacionalista. Entendí, sufriéndola en carne propia, la frase de Camus: “La selección nacional también es la patria”. Él que fue portero, sabía de lo que hablaba.Y yo lo percibí, terminado el primer tiempo, 3 a 0 en contra. Ya no quería que el partido siguiera y , dentro de mí, rogaba porque esa primera parte del juego terminara pronto. Todas las expectativas se habían trastocado: ahora no se trataba de ganar sino de evitar una humillación, en Barranquilla, a cerca de 40 grados de temperatura, con humedad alrededor del 80%, y los chilenos, que venían del frío de Santiago, parecían “quilleros” del barrio Las Flores, mientras los colombianos, como paramunos andinos, apenas veían pasar la pelota a toda velocidad, de un lado para otro.El entretiempo fue una tortura. Los chilenos felices y este servidor, dándoselas de guapo, apenas musitaba: el partido no ha acabado, esperemos el segundo tiempo. Pero no tenía ninguna convicción, pues tres goles en contra y al frente una selección como la chilena auguraba más bien una goleada.Pero llegó el drama. Chile se cansó, el calor y la humedad pasaron su factura y el “mago Valdivia”, agotado, tuvo que ser relevado. Por fortuna el técnico chileno, que ya se sentía con el partido en el bolsillo, traicionó su propia manera de pensar, y en vez de meter a otro jugador del mismo corte, tipo Matías Fernández, se decidió por un marcador de punta, seguro para defender el resultado que ya le era favorable.Y el técnico colombiano acertó al sacar al intrascendente Aguilar para meter a Guarín, un notable jugador que inexplicablemente no es titular. Anuló a Vidal y se adueñó del mediocampo. Entonces las cosas comenzaron a cambiar.El resto lo sabemos. Con algo de suerte y mucho de entrega, Colombia logró un empate milagroso. El drama. La emoción. Y a la selección le queda la grabación de esos dos tiempos, que debiera ver una y otra vez, de aquí al Mundial.Mis amigos se fueron tristes, pero me dejaron una botella de buen vino. Camus tenía razón.