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En tiempos de Dante Alighieri, cuando la humanidad todavía contaba con un...

19 de enero de 2011 Por: Germán Patiño

En tiempos de Dante Alighieri, cuando la humanidad todavía contaba con un infierno tenebroso y horrible que hoy afortunadamente no existe, había muchas razones para portarse bien. Si a algunos personajes de la vida nacional les tocara ir a rendir cuentas allí y no a la Corte Suprema de Justicia, ni mucho menos a juzgados y tribunales de menor jerarquía, creo que la tendrían realmente difícil.Dice el Dante –y yo le creo– que en el infierno vio a los fraudulentos, repartidos en diez sacos, cada uno con castigo diferente. A los simoníacos, que compraban o vendían de forma deliberada cosas espirituales, los vio sumidos en pozos, “con fuego encendido en la planta de los pies”. Gracias a Dios en esa época no existían tantos cultos e iglesias como las que pululan hoy en los barrios de nuestras ciudades.A los rufianes, o sea a quienes traficaban con prostitutas, los vio azotados cruelmente por demonios. A los aduladores los vio sumergidos en excrementos. A los adivinos los vio con la cara a las espaldas, “no pudiendo ver por delante de sí”.Más interesante aún, a quienes se enriquecieron con sus cargos en la república los vio revueltos con los que vendieron la honra de las mujeres, metidos todos en un caldo ardiente del que no los dejaban mover los garritrancas, demonios armados de tridentes y horquillas de hierro que pinchaban a quienes trataban de salirse.A los que en las cortes de los príncipes traficaban con el favor y con la justicia los vio sumergidos en pez, un agua inmunda y maloliente, “con los muslos fuera, y ocultos gordo vientre y pierna flaca”, custodiados por crueles demonios de garras y colmillos temibles: Barbicazo, Alitronchado, Barbadiente y otros peores.A los hipócritas los vio vestidos de pesados sacos de plomo, resplandecientes por fuera y helados por dentro. A los ladrones los vio condenados a ser destrozados continuamente por multitud de serpientes, que los hacían arder, para renacer inmediatamente de las cenizas y volver a ser mordidos (como quien dice, ‘enculebrados’).Entre estos últimos había dos subgrupos diferentes, los ladrones sacrílegos y los de caudales públicos, a quienes los centauros del infierno perseguían y lanzaban llamaradas (más de un apellido de esos que salen en los periódicos viene a la mente…)A quienes hicieron daño al prójimo “mediante astuto y fraudulento consejo” (hoy les decimos asesores) los vio convertidos en lenguas de fuego que ardían eternamente. A quienes sembraron disturbios civiles y discordias religiosas los vio con los miembros espantosamente mutilados y despedazados, y cuando se les volvían a unir y componer eran “rotos otra vez por un demonio encargado de hacerles sufrir esta feroz alternativa”. Finalmente, a los falsificadores los vio arrastrándose por el suelo, unos sobre otros, padeciendo “enfermedades penosísimas y repugnantes”.Setecientos diez años han pasado desde la publicación de la Divina Comedia. ¡Qué actual y sugestivo luce todavía hoy ese repertorio de pecados y delitos! ¡Qué distinta, en cambio, la receta de castigos en este siglo nuestro, tan pródigo en reformas judiciales, principios de oportunidad, declaraciones extrajuicio y estatutos para rebaja de penas!