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Un deporte secuestrado

Aquí los directivos también les regalan boletas para que revendan. También hay corrupción para permitir la venta de droga dentro y fuera del estadio.

28 de noviembre de 2018 Por: Gerardo Quintero

Increíble la lluvia de piedras que caía en los alrededores del estadio. Los gases lacrimógenos, los encapuchados corriendo por las calles, el miedo dentro y fuera del coliseo deportivo. Las paredes vandalizadas, los policías heridos. Los vidrios de los carros rotos y las personas impotentes que fueron asaltadas en las afueras. Lo más increíble es que no estoy hablando de lo sucedido en el clásico Boca-River. Esto que relato sucedió hace un año, en agosto del 2017, aquí en Cali, después de un partido América-Millos.

Indigna escuchar a muchos comentaristas deportivos hablar de los hechos ocurridos en Buenos Aires como si en Colombia esto jamás hubiera pasado. “Es increíble cómo los argentinos permiten que eso suceda”. “Es el colmo, tienen que haber medidas de fuerza”. “El fútbol se acabó en Argentina”. Los oigo decir mientras me pregunto, cómo no se atreven a denunciar que eso que los sorprende entre los gauchos es lo mismo que viene pasando hace varios años en Cali, Bogotá, Medellín, Barraquilla, Ibagué, solo por citar algunas ciudades futboleras. Basta hablar con los residentes de los barrios San Fernando, Eucarístico, El Templete y Tres de Julio para entender el drama que tienen que padecer por cuenta de los barrabravas que llegan al Pascual.

Entonces que no vengan a decir que lo de Argentina es una ‘afrenta’ al fútbol cuando aquí es, por lo menos, similar. Aquí han matado hinchas o es que no se acuerdan. Hace poco un joven iba con una camisa de Millonarios y lo asesinaron en la Avenida Roosevelt, antes de un partido. ¿Cómo quedan las estaciones del MÍO después de la furia de los barristas? O los estragos a la salida de la vía Palmira-Cali. El fútbol cada vez es menos de aficionados y más de camarillas, de mafias. A veces representadas por directivos delincuentes, varios en la cárcel (por narcos o ladrones) y los barrabravas, que acabaron con la presencia de las familias en las tribunas.

Es una locura llevar niños a un partido América-Cali o Nacional-América. A los fanáticos del equipo visitante no se les deja entrar, como si esto fuera un conflicto internacional. Y los periodistas azuzando con sus comentarios. Convirtiendo un juego, en la tercera guerra mundial. Es un horror lo que sucede. Aquí en Cali hay historias verídicas de cómo miembros de ambas barras fueron a ‘apretar’ a los jugadores y técnicos de ambos equipos. Los amenazaron y nada pasó, porque supuestamente son los códigos del fútbol. Es la connivencia con el delito, donde todos tienen su pedazo de torta.

Lo que pasó en Argentina no es extraño para Colombia. Aquí los directivos también les regalan boletas para que revendan. También hay corrupción para permitir la venta de droga dentro y fuera del estadio. Caminar cerca de ese escenario deportivo un día de fútbol es jugar, pero con la vida. Hay que dejar de mirar tanto hacia el sur del Continente y concentrarse en lo que nos está pasando aquí cerquita. El fútbol está secuestrado.

Sigue en Twitter @Gerardoquinte

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