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Queremos tanto a James

James Rodríguez es de esos chicos colombianos famosos que todos hemos visto crecer. Aquel al que todos le hacemos fuerza.

12 de julio de 2017 Por: Gerardo Quintero

James Rodríguez es de esos chicos colombianos famosos que todos hemos visto crecer. Aquel al que todos le hacemos fuerza. Con James el país olvida las divisiones políticas, es como si fuera el hijo de todos y sus alegrías son nuestras y nos hinchamos de orgullo patrio cuando le va bien en el exterior. A veces me detengo a pensar que James es como nuestro ‘Truman Show’, aquella película que protagonizó Jim Carrey y que narraba la historia de un pequeño hijo de la televisión, que lógicamente escondía una poderosa crítica social a la invasión de la privacidad por parte de los medios de comunicación, como también lo hizo otro clásico llamado ED Tv.

Y eso ha sido James, un joven sencillo, al que todos los colombianos adoramos, pero que no le perdonamos media cuando se equivoca, como cualquier chico de su edad. Los medios y los colombianos hemos amado, pero también acribillado a este joven que hemos visto como a Truman, casi que desde que nació. Allá en el Pony Fútbol ya despuntaba a los nueve años y su carita de niño bueno comenzaba a dar vueltas en los televisores. Su debut en el Envigado, con apenas 15 años, marcó lo que iba a ser su destino. Su fulgurante paso por el fútbol argentino, llevado de la mano por un zorro del fútbol como Julio César Falcioni, quien olió las condiciones innatas del zurdo y lo hizo figurar en un equipo pequeño, el Banfield, lo catapultaron a Europa.

Luego ya nuestro Truman fue perseguido por las cámaras. El Porto y el mediático Real Madrid fueron su casa. Y en la Casa Blanca también padeció lo que Peter Weir, el director del Show de Truman quiso hacernos ver: el martirio de los medios, el acoso. El espectáculo vuelto noticia. Los debates en los principales medios de Colombia sobre si James llegaba en un carro nuevo a los entrenos. Que si era de la ‘rosca’ de Ronaldo. Que si los jueves iba a la discoteca. Que ahora andaba con una amiga. Que se iba a separar de su esposa. Que ya no era el mismo. El gusto de los colombianos y de algunos colegas por arrasar con nuestros pocos representantes genuinos. Un chico humilde, que nació con un talento, jugar al fútbol, pero que pretendíamos que exorcizara todos nuestros demonios. A él le exigimos todo lo que no somos.

Esa capacidad innata que tienen tantos colombianos de convertir alegrías en agresiones se demostró el martes cuando se anunció su llegada al Bayer. En vez de celebrar el arribo del futbolista al segundo mejor equipo del mundo, lo que hicieron algunos fue llenar de insultos la cuenta de Twitter de su nuevo compañero Argen Robben porque el holandés porta la número 10 del equipo bávaro. Qué gusto innato por la camorra, la pelea, el insulto. Todos nos sentimos orgullosos de James, pero apenas juega un partido regular los comentarios es que se le subieron los humos, ya no entrena, no tiene hambre de triunfo, es amigo de la noche, está saliendo con amiguitas. Redes sociales, medios de comunicación, todos somos culpables de esa manía tan colombiana de destruir y nunca construir. Pueda ser que en la tranquila Alemania James encuentre la paz que no halló en Madrid. Es un chico bueno, casi como un hijo de cualquiera de nosotros. Te queremos James, buena suerte.

Sigue en Twitter @Gerardoquinte

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