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Profesión peligro

En los años 80 la televisión colombiana presentó una serie que se llamaba Profesión peligro, protagonizada por Lee Majors, aquel actor que también personificó al Hombre Nuclear y que disfrutamos todos los que pertenecemos a esa generación.

11 de julio de 2018 Por: Gerardo Quintero

En los años 80 la televisión colombiana presentó una serie que se llamaba Profesión peligro, protagonizada por Lee Majors, aquel actor que también personificó al Hombre Nuclear y que disfrutamos todos los que pertenecemos a esa generación. En la serie, Majors era Colt Seavers, un doble de película y cazador de recompensas que siempre se veía inmiscuido en una serie de espectaculares acciones que ponían en riesgo su vida.

Pues bien, hoy en Colombia, en pleno Siglo XXI vivimos una versión de Profesión peligro, pero lastimosamente en la que los protagonistas no quedan vivos, aquí mueren de verdad. Ser un líder social en Colombia, donde han asesinado más de 300 en los últimos dos años, es una actividad de riesgo, así a muchos les parezca una exageración, menosprecien su labor o simplemente los tilden de guerrilleros camuflados.

Porque esa es de las peores cosas que le pasan a este país de gente enferma, que la violencia y la muerte siempre se justifican. Por negro, por pobre, por marica, por puta, por lo que sea, pero siempre hay una voz moralista que justifica el crimen. La triste realidad de muchos de esos líderes sociales es que han sido abandonados a su suerte por un gobierno al que le quedó grande la implementación del proceso de paz.

Muchos han muerto no por lío de faldas, como dijo de manera infame ese ministro de Defensa, sino porque le apostaron a sustituir cultivos ilícitos. Es decir, apoyaron al propio gobierno en una iniciativa en la que convencieron a los líderes de que les hablaran a sus amigos campesinos sobre las bondades de arrancar las matas de coca y luego los dejaron solos. Carne fresca para los asesinos de las bandas paramilitares recicladas.

Víctimas de miserables que nunca se quitaron el uniforme ensangrentado de las Farc, como le pasó a José Jaír Cortés, líder de Alto Mira y Frontera. A otros, como el viejo Temístocles Machado de Buenaventura, los mataron porque exigían que les titularan predios que han ocupado de manera ancestral. O como a Luis Cuarto Barrios, en Palmar de Varela, quien denunciaba la corrupción de políticos locales y el microtráfico que inundaba su pueblo atlanticense.

El asesinato de un líder social tiene múltiples secuelas. Afecta la permanencia de la organización social, produce desplazamiento, disminuyen las denuncias, la comunidad se silencia y pierde capacidad de respuesta. Eso lo saben los asesinos y si a eso se le suma una nación indolente, pues el caldo de cultivo para que el desangre aumente, está servido.

Ese es el país que existe, qué asco. Donde en vez de estar unidos defendiendo la vida, la muerte se justifica dependiendo de qué lado del espectro ideológico estás. Donde los medios de comunicación también clasifican la importancia de los crímenes dependiendo del ‘origen del cristiano’.

Un país así, con tanto odio, difícilmente tiene futuro. La excusa para asesinar siempre estará a la mano. Qué tristeza por esos líderes sociales cuyo pecado fue soñar con que podían mejorar las condiciones de vida de sus comunidades. Lástima, nacieron en el país equivocado.

Sigue en Twitter @Gerardoquinte

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