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La ciudad de la furia

Con una diferencia de menos de 24 horas, la realidad caleña nos sorprendió con dos hechos terribles.

19 de septiembre de 2018 Por: Gerardo Quintero

Con una diferencia de menos de 24 horas, la realidad caleña nos sorprendió con dos hechos terribles. Primero, una sangrienta batalla en pleno Centro de Cali. Dos hermanos armados con cuchillos se desafiaron ante la ausencia de las autoridades y la mirada indiferente de quienes a esa hora caminaban por el Centro. No se sabía qué era más aterrador, porque toda la escena parecía una escena de una película de Tarantino. Por un lado, el morbo de los que se dedicaron a grabar el video como si contemplaran el cobro de un penalti. Por el otro, la increíble ausencia de un policía, en una de las zonas más complejas y comerciales de la ciudad, la Calle 14 entre carreras 5 y 6. O la indiferencia de las personas que transitaban por el sector.

No estoy diciendo que más personas se debían meter en esa carnicería, que además para completar el cuadro, era un duelo fraticida, sino que alguien gritara, pidiera la presencia de la Policía. No, todo transcurre en el más completo silencio, mientras otro grupo, que permanece a un lado, parece estar haciendo fuerza por uno u otro contendor. Al final, la brutalidad de la imagen es tremenda. Un hombre cae como si lo desconectaran y ni siquiera allí despierta empatía. Otro se acerca y cuando se piensa que lo va ayudar, lo que hace es retirar un cajón de icopor porque de pronto se lo mancha. Alguien pide que llamen una ambulancia y otro responde, “no, pues ya pa’ qué, está muerto”.

Al siguiente día, las redes sociales vuelven a darnos un golpazo cuando nos muestran dos niñas, de no más de 16 años, fumando marihuana y llevando el humo a la boca de una pequeñita de no más de cuatro años. De nuevo, uno no sabe qué es peor.

Ambos hechos sucedieron en Cali. Los dos son el reflejo de una dramática realidad: la ciudad es una bomba de tiempo. Está destruida por dentro y no queremos darnos cuenta. ¿Por qué? Porque por un lado, están los que creen que si uno habla de esto es un ‘mal caleño’, entre ellos muchos periodistas. Y por otro, porque se hace muy poco por recuperar el tejido social, que es la base de todo. Estos hechos, como otros que he relatado antes en esta misma columna, deberían generar un gran escenario para repensar la ciudad.

No se trata de echar culpas, pero sí de reconocer que somos la ciudad más violenta de Colombia; que los cerros los están incendiando unos delincuentes; que aquí vienen a buscar los sicarios; que tenemos las barras más violentas; que los mayores índices de consumo de marihuana y heroína están en la ciudad. Y no hay que buscar en la Alcaldía a los responsables. Cada uno debe hacerse un examen. ¿En qué momento se nos jodió Cali? Es hora de volver a mirarnos y tratar de recuperar algo de lo perdido. Si no lo hacemos por nosotros, aunque sea por los hijos y nietos que a este paso les vamos a dejar una ciudad invivible.

Sigue en Twitter @Gerardoquinte

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