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Harakiri económico

La industria petrolera no pretende que Colombia base su futuro en ella. Sería absurdo, como también lo es apostarle a marchitarla. Por una sencilla razón: no hay un sector en condición de reemplazarla, al menos en el corto y mediano plazo.

16 de julio de 2017 Por: Francisco José Lloreda Mera

Una vez más, Jeffrey Sachs, reconocido economista, se vino lanza en ristre contra la industria petrolera. Esta vez dijo que sería un error que Colombia basara su futuro económico en esta industria pues va desaparecer en treinta años. Si va a desaparecer en ese lapso, el tiempo lo dirá. Sobre si debemos o no basar nuestro futuro económico en los hidrocarburos, asumo que debieron informarlo mal, pues nadie lo ha propuesto.

La industria petrolera representa 4,4% del PIB. Es decir, la nuestra es una economía más diversificada de lo que se cree. Llegó a representar sí, una cuarta parte de todos los ingresos fiscales de la Nación en la pasada coyuntura de precios altos y producción superior al millón de barriles. Eso ha cambiado por la caída en los precios y barriles. Pero continúa siendo un sector clave en materia de ingresos y estabilidad económica.

La industria petrolera no pretende que Colombia base su futuro en ella. Sería absurdo, como también lo es apostarle a marchitarla. Por una sencilla razón: no hay un sector en condición de reemplazarla, al menos en el corto y mediano plazo. Ni tampoco debe ser reemplazada. De ahí que el Ministro de Hacienda terminase reconociendo que la nueva economía debía entenderse como complementaria, no sustituta, de la petrolera.

Y sería un error debilitarla, como unos lo proponen, por dos razones; el país necesita recursos para su desarrollo y esta industria tiene una capacidad inigualable de aportar recursos al fisco nacional y a las regiones, y Colombia no tiene por qué renunciar a ser autosuficiente en petróleo y gas, y a seguir siendo un exportador de hidrocarburos, sin perjuicio de impulsar las otras fuentes de energía; hacerlo sería una torpeza histórica.

Apuntarle a encoger la torta, apocando a la industria petrolera, sería destruir riqueza. Un país no se desarrolla distribuyendo pobreza, ni privando adrede a sus ciudadanos de una inversión pública necesaria, o condenándolos a pagar cada día más impuestos o a crecer a punta de deuda. Lo sensato es crecer su economía, generar más riqueza. Y esta industria es clave para que eso ocurra, aprendiendo de los errores y limitaciones.

Debemos reconocer, por ejemplo, que la industria petrolera es de ciclos, por lo que sus rentas no se deben destinar a sufragar gastos ordinarios de los presupuestos, sino, a proyectos estratégicos de país y región, y que en lo posible ayuden a apalancar otros sectores. Y ahorrar -pero de verdad- en épocas de vacas gordas para compensar en las de flacas y ser menos vulnerables a los ciclos, en especial en las regiones productoras.

Si el uso de los hidrocarburos va a desaparecer en treinta años es difícil saberlo, más cuando la demanda de energía en el mundo crece exponencialmente. Pero si resultase cierto el vaticinio de quienes predicen su muerte prematura, menos sentido tendría para Colombia dejar enterrado un recurso que es clave para nuestro país. Y eso es lo que está por pasar si no exploramos, pues las reservas alcanzan para sólo cinco años.

Seguirle apostando a la industria petrolera entendiendo sus fortalezas y debilidades no debe ser visto como una herejía: el uso responsable y sostenible de este recurso es posible y debe ser bienvenido. Nadie propone, como pareciera asumirlo Jeffrey Sachs, que Colombia condicione su futuro a la industria petrolera. Pero tampoco, hacerse el harakiri y renunciar a una actividad que es clave para sacar del atraso a nuestro país.

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