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Ejemplo a seguir

No es fácil ser objetivo cuando se escribe de alguien a quien se le tiene especial cariño. Menos, cuando esa persona no quisiera que sobre él se escriba, pues lo caracteriza el desapego a los halagos y a las vanidades terrenales.

10 de septiembre de 2017 Por: Francisco José Lloreda Mera

No es fácil ser objetivo cuando se escribe de alguien a quien se le tiene especial cariño. Menos, cuando esa persona no quisiera que sobre él se escriba, pues lo caracteriza el desapego a los halagos y a las vanidades terrenales. Lo hago, porque en un momento decisivo de nuestro país, cuando el verdadero servicio a los demás es cada día más escaso y proliferan los falsos profetas del bien común, es inevitable pensar en él.

Me refiero a Rodrigo Guerrero. Para algunos su nombre se circunscribe a haber sido hasta hace poco alcalde de Cali, por segunda vez. Para otros -entre ellos me cuento- se trata de un ser humano excepcional, de aquellos que la tierra muy pocas veces da, pues no es fácil encontrar en una misma persona, de carne y hueso, coherencia entre sus pensamientos, acciones y principios y que además lleve una rica vida espiritual.

Al contemplar en retrospectiva su vida pareciera hubiese sido predestinado a servir. Desde su preparación como médico salubrista y doctor en epidemiología de Harvard, se dedicó a los demás. Lo hizo como director del Hospital Universitario, secretario de salud y rector de la Universidad del Valle. En cada una se esas tareas que adelantó con éxito, había un sello personal: la sensibilidad social, propia de su formación cristiana.

Impronta que lo llevaría a ser alcalde de Cali por primera vez hace un cuarto de siglo, cuando se dedicó a sacar a niños y jóvenes de la violencia, obsesionado con reducir los homicidios en la época dura del narcotráfico, a impulsar el programa de vivienda social más importante que ha tenido la ciudad y a modernizar su infraestructura vial, tareas que le valdrían la confianza ciudadana volviendo a ser elegido 20 años después.

Pero su vocación de servicio se inició antes, en la Fundación Carvajal. Recuerdo como si fuera ayer su entusiasmo con el programa de tenderos y el de microempresarios, su satisfacción cuando el sector bancario aceptó prestarle a los más pobres –y entendió que eran buena paga- y la puesta en marcha del banco de materiales de construcción en el barrio El Vallado, sin intermediarios, pagados en dinero o con objetos reciclables.

Con igual convicción crearía años después la Corporación Vallenpaz, para contribuir a la paz del país desde nuestra región, apoyando a familias campesinas del Cauca a ser empresarios del campo y comercializar sus productos; sustrayéndolos de la violencia y la miseria rural. Iniciativa en la que tiene comprometido el corazón y que combina con asesorías al Banco Interamericano de Desarrollo, en prevención de la violencia.

Dije se trataba de un ser humano especial, de aquellos que rompieron el molde. Y lo es no solo por sus condiciones profesionales o por su sencillez y sentido del humor, sino, porque ha formado una familia bellísima, con María Eugenia -su cómplice en sueños y realizaciones- y sus cuatro hijos y nietos; y con sus “hijos adoptivos”, quienes hemos tenido la fortuna de crecer cerca a él, porque ha sido generoso con su ejemplo de vida.

En momentos en que el papa Francisco deja Colombia y nos deja reflexionando, pienso en Rodrigo Guerrero. Pienso en él porque curiosamente tienen la misma edad, los une el ser católicos y dedicar sus vidas, cada uno a su manera y en su dimensión espacial y temporal, a servir. Uno como jerarca de su Iglesia, el otro como laico. Vidas unidas en lo esencial: la puesta en práctica de la enseñanza de Jesús. Feliz cumpleaños, Rodrigo.

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