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Decencia

Ni los norteamericanos que votaron por Trump son bajitos de punto y sátrapas -como algunos creen- ni los que votaron por Biden son de alto coeficiente intelectual y moral exquisita. No es así de sencillo.

8 de noviembre de 2020 Por: Vicky Perea García

Ni los norteamericanos que votaron por Trump son bajitos de punto y sátrapas -como algunos creen- ni los que votaron por Biden son de alto coeficiente intelectual y moral exquisita. No es así de sencillo. Como ocurre en otras latitudes, incluida la nuestra, cada quien vota y opina sobre política en razón de sus convicciones, intereses y expectativas. Es de la esencia y fragilidad democrática y por eso los resultados nunca agradan a todos.

Al examinar los programas de ambos candidatos, se aprecian diferencias y semejanzas, en materia económica, social, migratoria, comercio internacional, relaciones exteriores, seguridad nacional y medioambiente. La mayoría de estas responden a lineamientos de sus partidos, otras son de su propia cosecha. Y muchos norteamericanos, independiente de quien sea el candidato, vota demócrata o republicano, en razón a ideas y principios.

Esto explica que, al escribir este apunte, 150 millones de ciudadanos lo hayan hecho por Trump o por Biden. No son borregos, lunáticos o insensatos. Ejercen su derecho al voto en el marco de partidos tradicionales, organizados, donde lo programático es relevante, a diferencia de nuestro despelote donde más allá de proclamarse de derecha, centro o izquierda, no hay programas claros, y cada aspirante presidencial es su propio partido.

En esta elección primaron además dos componentes, uno a favor de Trump y otro de Biden. El buen desempeño de la economía, el incremento en los salarios, la reducción del desempleo, la disminución de los impuestos, el bajísimo costo de los combustibles dada la autosuficiencia energética, la sustitución del carbón por el gas en la generación eléctrica y la renegociación de los tratados de libre comercio, jugaron a favor de Trump.

En el caso de Biden, más allá de sus planteamientos, incidió la diferencia abismal entre los dos candidatos, como persona. El carácter impulsivo y arrogante, agresivo e incluso irrespetuoso de Trump, favoreció a Biden.
Muchos norteamericanos, independiente de los aciertos o desaciertos del gobierno y las promesas de campaña, de si son demócratas o republicanos, prefirieron el estilo ponderado y sencillo, sereno y respetuoso de Biden.

Basta ver cómo han manejado la ansiedad de los últimos días. La reacción de Trump ha sido vergonzosa. Qué diferencia con el excandidato republicano McCain, ya fallecido, al perder con Obama. No ahorró palabras de reconocimiento hacia el ganador e instó a los norteamericanos, sin distingos, a apoyar al nuevo presidente; ese ha sido el talante de la mayoría de candidatos en el pasado. El país, la democracia, las instituciones, primero.

Los aspirantes están en su legítimo derecho a impugnar los resultados de las elecciones donde crean hubo irregularidades. Lo hizo Al Gore en su momento en La Florida y está bien. Pero de ahí a hablar de fraude hay un largo trecho, que entusiasma a unos y desata la ira de otros. A nadie le gusta perder y menos por fraude, pero se requieren al menos indicios.
Las amenazas legales de Trump no han caído bien, por la forma y por el fondo.

Trump no hizo un mal gobierno, pero no fue un buen presidente, por su trato, carácter y estilo. Cumplió con lo que se comprometió con sus electores hace cuatro años, bueno o malo. Pero hastió a la mayoría de los norteamericanos. Por una razón: más allá de ideologías y partidos, un presidente debe ser una persona decente, digna del cargo; atributo que se tiene o no se tiene y escasea en política. Si él no hubiese sido el candidato republicano, quizá Biden, quien tampoco es ninguna maravilla, no estaría ad portas de ser presidente.

Sigue en Twitter @FcoLloreda

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