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Nuestra Señora

Es la más emblemática. Y lo escribo en presente porque me parece imposible que el anuncio del presidente Macron se quede en nobles palabras. Para los católicos y para los amantes del arte y de la historia ha...

19 de abril de 2019 Por: Fernando Cepeda Ulloa

Es la más emblemática. Y lo escribo en presente porque me parece imposible que el anuncio del presidente Macron se quede en nobles palabras. Para los católicos y para los amantes del arte y de la historia ha sido un evento desolador, terrible, que no encuentra consuelo alguno.

Los que se formulan interrogantes sobre la reacción del pueblo parisiense entenderán que es apenas natural así muchos de ellos no compartan la fe católica. Es que estaba tan bien plantada ahí en el corazón de París, como si la isla hubiera sido diseñada para ella. Se llegaba a París con el anhelo de ir a verla siempre. Visita obligada.

También, en la vida diaria, valía la pena pasar por allí, para volver a mirarla. Por fuera y si había tiempo por dentro. Así fuera fugazmente.
Que semejante conflagración ocurriera en un lunes Santo me llena de perplejidad. Me pregunto si se trata de un mensaje que en forma tan brutal nos recuerda que está más que pasada la hora para corregir los entuertos de los eclesiásticos porque los de los feligreses se dan por descontados. Es que se trata de la Semana de la Pasión en la cual el Hijo de Dios se deja crucificar para pedir la redención de todos los que hemos sido creados a imagen y semejanza del Padre Todopoderoso. ¿Cómo no juntar semejante desastre con el significado perenne de la Semana Santa? Y, claro, quisiéramos que el domingo de Resurrección Nuestra Señora resucitara...

Cuando vi que la flecha o aguja de la catedral se desgonzaba no pude menos que recordar la imagen de la caída de una de las Torres Gemelas, ellas símbolo del capitalismo y de la globalización, de sus virtudes y pecados. Una catástrofe muy dolorosa, una monstruosa manifestación del terrorismo. Y en el 2008, la peor crisis financiera. ¿Una lección que no aprendimos? ¿Que no terminamos de aprender? Ya están hablando de otra ligada al enorme endeudamiento de Estados y empresas.

El símbolo del capitalismo hecho cenizas en su capital. Y ahora, 15 de abril, la devastación de un símbolo sin igual del catolicismo, de la civilización occidental. Vale la pena reflexionar, escuchar y corregir.
Difícil superar el desconcierto. ¡Sobrevivió a tantas amenazas y riesgos!
Como dijo muy bien el presidente Macron: algo estaba ardiendo en cada uno de nosotros.

Se dice que tres reliquias a las que se rendía la máxima veneración -las tres vinculadas a la conmemoración de la Semana Santa- fueron preservadas. Se guardaban en un arca Triclave y uno de los poseedores de una de las tres llaves era, así ocurre, un paisa que por varias décadas fue sacristán de esta bellísima catedral. La conocía hasta en sus más mínimos detalles.

Ojalá los deslumbrantes rosetones y los vitrales hayan sobrevivido. Mejor no recordar ahora. Esperemos con una inquieta esperanza. Es lo que nos queda.

Hasta entonces, París ya no será la misma. Hará falta en todo momento, así su estructura principal todavía esté en pie con el perfil inolvidable que seguirá acompañándonos.

Impensable que esto pudiera ocurrir. Por tanto tiempo permaneció ahí viendo pasar tantos siglos, tantas personalidades, tantas ceremonias, tantas transformaciones.

odrán llover cientos de millones para restaurarla pero siempre sabremos que no es igual, que no es la misma porque no hay cómo devolverle la huella de tantos cientos de años.

Una tristeza insuperable. No se irá jamás. ¡Es que significaba tanto!

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